Lágrimas del ayer

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Por: Kelly Mieles Vélez

La niñez debería ser la mejor etapa de una persona, de risas contagiosas, sueños latentes en el pecho, inocencia transpirando por los poros y ápices de esperanza reflejada en cada mirada de un niño.

El mundo no es un cuento de hadas, menos color de rosa. Hay quienes la vida les ha puesto obstáculos difíciles de saltar, de superar y de soltar. Brenda, como la llamaremos, vivió una infancia triste, amarga y desoladora.

Fue abusada sexualmente a los 11 años por un vecino, desde aquel fatídico día, dejó de ser la niña que era un torbellino de felicidad y alegría, para convertirse en una sombra oscura que porta consigo miles de lágrimas atoradas en su interior.

Para Brenda la tristeza es como un mar, no tiene fin. “Llevó luchando con los recuerdos aproximadamente 10 años, ya no duele como antes. Pero es una marca que siempre estará ahí”, declara con la mirada puesta en el suelo y jugando con sus manos.

Brenda tiene ojos de ángel, una apariencia de diosa, tiene una belleza única y la mirada imparable, posee el cabello negro como la noche, la piel de porcelana, las mejillas tienen un color rojizo que la hacen ver más angelical. Sus gestos son de niña, pero su cuerpo demuestra lo que es, una mujer valiente y guerrera.

Viste de manera casual, no lleva nada de lujo. Se muestra tímida y un poco inquieta a la hora de hablar, demuestra como si miles de hormigas recorrieran su cuerpo. “El primer acercamiento lo hizo en la tienda a unas cuadras de mi casa”, asegura sin quitar la vista del suelo.

Lamenta no haber tenido la valentía para contárselo a su madre. “Estoy segura que si le hubiera contado el primer intento de toqueteo, no hubiera pasado lo que pasó”, declaró presa de la culpa.

Los acosos por parte de su vecino se hicieron cada vez constantes, cuando lo visualizaba huía muerta del miedo, con el constante terror de que él la tocara sin su consentimiento. “Me buscaba a propósito, ya sabía mis horarios de llagada a mi casa. Cada día era peor que el anterior”, especifica con los ojos cristalinos cual agua de un lago.

Brenda nunca se esperó que justamente su vecino tuviera ese tipo de insinuaciones, lo conocía de toda su vida, jugaba con sus sobrinos, llegó a pensar que tal vez era su culpa, pero nunca lo fue, ella no era culpable de la desfachatez de su vecino, quien era un hombre maduro y consiente de sus actos. Ella solo era una niña insegura, que guardaba con llave un gran secreto en su interior.

“Tenía miedo de salir a jugar, no quería encontrármelo, mis padres empezaron a preocuparse porque no solía ser la niña alegre de antes. Todo me daba miedo”, aseguró con rabia en su voz.

El 5 de agosto del 2009, fue el día que marcó su vida para siempre. Sus padres habían salido a realizar las compras semanales para la casa, Brenda había quedado al cuidado de una de sus tías, sin embargo, esta en el intento por ir a cobrar un dinero en una de las casas vecinas, dejó a la entonces niña sola e indefensa. Siendo una ocasión perfecta para que su vecino cometiera tan atroz crimen.

“Estaba en mi habitación, en ese momento me sentía segura, pues estaba en mi hogar. Escuché un ruido en la cocina y me asusté. Recuerdo que abracé a uno de mis peluches. La puerta de mi cuarto se abrió y cuando lo vi supe que no me salvaría”, detalló con el rostro inundado de lágrimas y tocando su cabello.

Abusó de ella, no le importó quien lo viera, los problemas que tendría, no le importó que le estaba dejando un daño permanente a un alma inocente que solo quería ser feliz con su familia, jugar con sus muñecas y tener una vida normal como cualquiera.

Le quitó la inocencia a una niña, a una niña que no tenía la culpa de absolutamente nada. “Gritaba y gritaba lo más fuerte que podía. Nadie me escuchaba, nadie llegó a auxiliarme. Era como si el barrio entero había desaparecido y solo estábamos los dos. Desee morirme, lo suplique tanto”, recuerda en medio de lamentos mezclado con rabia y dolor acumulado.

Los minutos pasaban y Brenda pensaba que estaba muerta en vida, sentía que estaba en el mismo infierno, pero era su casa. “Se subió los pantalones y me dijo que la habíamos pasado bien, tuvo el descarado de darme un beso en la frente y decirme que me quedara callada porque nadie iba a creerme. Fue repugnante, sentía asco, ganas de vomitar y no dejaba de llorar”, relata con la ira resaltante en su tono de voz.

Él se fue como si nada, ella quedó en su cuarto llorando, sintiéndose sucia física y emocionalmente. “Me quedé en mi cama llorando, llegó mi tía y se espantó al ver el panorama en el que estaba mi cuarto. Me preguntó que había pasado, no podía hablar, no podía hacer nada”, pronuncia secándose las gotas de agua salada que caen por su rostro.

Su tía inmediatamente llamó a sus padres, quienes no demoraron en llegar para saber que había ocurrido, cuando Brenda visualizó a su madre, no se pudo contener y con todo el dolor físico y de su alma, se lanzó a abrazarla. Sentía que sus brazos eran su refugio ante esta nube oscura que se posaba sobre ella.

“Lloré mucho, cuando me calmé un poco, relaté lo que había pasado. Me llene de valentía pese a las amenazas que me había dicho. Mi papá salió furioso a la casa de ese tipo, mi mamá lloró y se culpaba una y otra vez, mi tía estaba en estado de shock, pero logró llamar a la policía”, expuso con la voz débil.

En la calle, su padre se encontraba preso de la ira, buscando al hombre que acaba de desgraciarle la vida a su retoño, a su ángel, a su niña. No lo halló por ningún lado, era como si la tierra se hubiera abierto y tragado en el proceso, no estaba por ningún lado.

Las autoridades respectivas llegaron a la escena, desplegaron una búsqueda por tierra, mar y aire. A las horas lo encontraron escondido en casa de uno de sus familiares, negando y sosteniendo que todo había sido un invento de la niña.

Brenda solo quería paz, sentía que todos la miraban y juzgaban. “Era solo una niña, sabía de la gravedad del asunto, sabía que yo no era la culpable, ni mis padres y tía. El único culpable era él, sin embargo, hubo personas que nos tildaban a nosotros como los culpables”, apuntó con un pañuelo en sus manos, y los ojos rojos de tanto derramar lágrimas amargas.

El proceso de juzgamiento legal fue cansado y agobiante para Brenda y su familia, “Fueron meses donde íbamos cada cierto tiempo al juzgado, me acuerdo perfectamente cuando me tocó declarar, y la satisfacción que sentí al saber que suplicaba por perdón. Me destruyó mi vida, me quitó mucho y la cárcel es un castigo fácil para él”, reveló con odio y vehemencia.

Han pasado varios años y Brenda lo sigue recordando, informa que la casa en la que ocurrió tan macabro suceso fue vendida, “No soportaba estar en esa casa, peor en mi cuarto. Mis papás decidieron venderla y nos mudamos a un nuevo lugar para tratar de sanar las heridas y superar”, alegó con una nueva mirada de esperanza reflejada en el brillo resplandeciente de sus ojos.

Brenda es una nueva mujer, con cicatrices en su alma, pero con la alegría de saber que hay personas magnificas en el mundo, “Fue duro lo que viví, pero eso me hizo ser la mujer que soy ahora. También quiero decir que, si alguien está pasando por algo similar o mucho peor no lo callen”, clamó con una media sonrisa de lado.

Todo es más oscuro cuando el amanecer está cerca, hay obstáculos difíciles de saltar, Brenda se convirtió en una sobreviviente, las circunstancias no pudieron contra ella, renació de las cenizas causas por el fuego maligno que encendió aquel hombre, miró al frente y siguió con su vida, no dejando que ese suceso de su vida la estancara, porque aún tenia muchas cosas por hacer y lograr.

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