Centímetros de más

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Por: Adriana Zambrano Arroyo

Para Iván Cedeño, su vida siempre ha tenido cierta particularidad. Desde niño él se percataba que su estatura no era igual a la de los niños de su edad, dado que él siempre sobresalía por tener unos cuantos centímetros más encima, sin embargo, a su corta edad esto no le afectaba ni tampoco le incomodaba, más allá de que siempre lo ubicaban en los últimos asientos, porque luego obstaculizaba la visión de sus compañeros hacia la pizarra. Sin embargo, Iván con la inocencia característica de un infante desconocía los problema que su peculiaridad le generaría en un futuro.

“Pasé una infancia normal, hasta que llegaron mis 12 años y con ello mi suplicio”, narra Iván, quien pasó en un abrir y cerrar de ojos de ser un niño gordo y de estatura normal, a ser un adolescente delgado y a medir aproximadamente 1,79 metros de estatura.

“Yo a esa edad no le veía nada de malo el ser alto y hasta lo consideraba como parte de mi proceso de crecimiento, pero eso a más de uno le parecía algo extraño y usaban eso para burlarse de mi”, secándose con sus manos las lágrimas inesperada que rodaban por su mejilla.

En aquel momento Iván presentía que se avecinaba el trago más amargo que iba a experimentar a lo largo de su vida.

Los días transcurrían y sus compañeros de 9no año de educación general básica comenzaron a mofarse, gritándole “Ahí viene el palanca de río hondo o tu vas de último kilómetro parado”, apodos que lo lastimaban y más aún el hecho de que sus compañeros no eran los únicos quienes lo llamaban así. “Incluso 2 o 3 profesores también me nombraban con esos seudónimos hirientes y desde ahí los demás estudiantes se valían de eso para decirme esos sobrenombres sin que los profesores los retaran”, confiesa Iván cambiando de posición sus piernas y dejando a su paso un suspiro cargado de cansancio.

Cada día del año lectivo, Iván se alistaba para salir de su hogar y llegar temprano al colegio.

– Tú puedes Iván, es solo un día más de clases, cada vez falta menos para que todo, incluido esto acabe y puedas continuar tranquilo tus otras actividades – articulaba su subconsciente mientras Iván miraba su reflejo en el espejo echándose agua en la cara para limpiarla, haber si así limpiaba las heridas que habitaban en su alma.

En el camino, él iba reflexionando y preguntándose si realmente algo malo había en ser alto, si es que de verdad lo suyo era algo grave, porque todos en el centro educativo lo hacían ver así y aunque Iván tratara de ser fuerte mostrando que eso no le afectaba, nadie sabía a ciencia cierta lo mucho que esas palabras habían calado en su alma.

– Yo no controlo lo que mi cuerpo experimenta, ni mucho menos decido hasta cuántos metros creceré – se repetía una y mil veces Iván con un mar de lágrimas que de sus ojos brotaban.

Sin embargo, no todo era malo, ya que Iván también tenía buenos amigos como Geordy y Leo quienes en vez de mencionarle algo despectivo acerca de su altura, ansiaban llegar a medir esos centímetros que él tenía.

– Mijo, ya quisiera yo, ser tan alto como tú – declaraba Geordy.

– Es verdad Geo, te imaginas si midiéramos los centímetros de Iván, ufff así hasta alcanzaríamos el aro de básquet con facilidad – aseguraba Leo.

– Si claro, ya les creo, ven que ahora hasta ustedes andan bromeando con todo eso que dicen los otros muchachos – se quejaba Iván.

– Iván te lo estamos diciendo en serio, pero bueno, mejor vámonos al bar que ya me dio hambre y luego se nos pasa el recreo – propuso Leo delatado por el gruñido de su famélico estómago.

Al terminar las clases Iván continuaba con ese desagradable sabor en su boca al traer en mente todo lo grosero que sus compañeros le decían, sin embargo, los comentarios de sus amigos lo reconfortaban un poco y lo hacían sentir como si en su aspecto no hubiese nada de malo.

Pero en su casa la situación no era muy distinta, incluso sus familiares lo marginaban por ser un poste andante. “Iván eres muy alto, no deberías salir en la foto, tú nos tapas a todos”, renegaban varios de sus familiares al ubicarse para tomarse fotos por el cumpleaños de su mamá.

“Incluso los insultos no sólo provenían de gente de afuera, sino también de mi familia, que era lo que más me dolía”. Las vacaciones de Iván por la finalización de ese año lectivo estuvieron cargadas de mustios algodones que denotaban a la par de él la gran tristeza que se anidaba en su ser y en su pensamiento.

Iván seguía en crecimiento y nada ni nadie paraba eso, es más, cuando ingresó a décimo año de educación general básica, él pasó de medir 1,79 a 1,82 con tan solo 14 años, sus compañeros insistían parloteando:

– ¡Ay qué alto eres Iván! – exclamaban algunos con un tono sumamente burlesco.

– Sigo igual, solamente que como no nos hemos visto en 2 meses ustedes piensan que he crecido, pero yo sigo igual – refutaba plenamente fastidiado por esos comentarios.

Desde la comodidad de una de las sillas que se encontraba en el patio de su casa Iván detallaba “Tú no puedes decirle a tu torso: mira, solo puedes alcanzar el 1,82 metros y no puedes crecer más, porque eso no es algo que tu controlas, simplemente es parte de la naturaleza y la genética de cada ser humano”.

Otro momento que debilitó el frágil tambor del corazón de Iván, fue la inauguración de los juegos internos de la unidad educativa donde él estudiaba. “Yo me sabía todos los pasos e iba acorde al ritmo de la canción, por ende, el profesor me iba a elegir para ir de primero, sin embargo, como una compañera dijo que si a mí me ponían al frente la iba a tapar a ella, entonces el profesor decidió mandarme al final, rompiendo mis ilusiones de ir adelante, llenándome de una y mil frustraciones.”

Aunque nadie conocía realmente la verdad detrás de ese joven con aspecto de faro, quien solo deseaba demostrar su talento y su amor hacia el baile en ese tipo de eventos, sin embargo, una vez más, lo mandaban a lo último agregando una gota más a ese barril sin fondo, repleto de las centenas de veces que lo habían discriminado por su tamaño.

Iván además de sus centímetros de más, estaba acarreando un problema en su salud visual y a pesar de tener unos lentes con mucho aumento no podía sentarse muy atrás porque su capacidad de visión era muy reducida. “Un día a mediados de septiembre, estábamos en clase de Inglés, la profesora había proyectado algo y yo estaba tomando apuntes en mi cuaderno”, cuando de repente Daniel Loor, uno de los otros alumnos del curso le gritó “agáchate gigantón”, palabras que resonaron durante todo ese día en la cabeza de Iván.

En este duro camino además de sus amigos, también hubo otras luces en medio de las penumbras, una de ellas fue Sonia García, profesora de Iván, quien siempre le dio palabras de aliento y le insistía en que no debía prestar atención a esas burlas que provenían de estudiantes que muy en el fondo morían por tener la altura de él.

Así como Sonia, también existió otra persona que le hizo entender a Iván que no había nada de malo en ser alto, ese fue Jaime Maldonado, el psicólogo del colegio, quien le regaló unas significativas palabras, “Iván, hay hombres de mi estatura que por ser patuchos no son tomados en cuenta, tú con tu altura marcas la diferencia”, expresión que hasta la actualidad él atesora cual diamante.

“La gente pensará que esta parte suena exagerada, pero había días en que me sentía tan mal que me rasguñaba por las muñecas, parte del antebrazo y hasta las piernas, es más muchísima veces pensaba en suicidarme porque no aguantaba más todo ese dolor que estaba padeciendo”, aseveraba Iván mientras sacaba de entre sus bolsillos un pañuelo para posteriormente sacudirse la nariz.

No obstante, a pesar de las constantes burlas, desprecios y humillaciones que sufrió Iván en su etapa colegial, este jovencito supo sacar lo bueno de aquellos momentos. Hoy sus días brillan con fuerza, él decidió luchar por todo aquello que se prometió alcanzar, su autoestima se convirtió en el escudo más fuerte para enfrentar a los monstruos de la sociedad, llevando tatuado en su mente cual lema que no hay nada de malo en tener unos cuantos centímetro de más.

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