Un pequeño nido
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Por: Sophia Bucheli
“Haga una crónica personal como mujer o mamá hasta el mediodía de hoy”, fue el mensaje detonante que podía visualizar desde la pantalla del celular, siendo como un balde agua fría, tan gélida como la noche de hoy, algo raro por la época estacional.
La alarma del reloj se compaginaba con el canto del gallo vecinal, eran las 07H00 y aquel sonido hizo del sueño una realidad. Mis ojos como de costumbre se adaptaban a un proceso diario y rutinario, abrirlos y observar a mi hija.
Ella dormía plácidamente, a su alrededor 3 peluches. Un besito en la frente fue y siempre será mi motor diario que inició desde el día 0, aquella fecha cuando me enteré de que sería madre. Una mezcla de sentimientos, el miedo primaba, esa misma sensación que percibe un niño durante sus primeros pasos.
Mis labios rozaban su carita, delicada, blanca y muy perfumada, un gesto de sentirlo era el sinónimo de que sentía mi presencia. Aquella sensación es constante y se ha hecho parte de mi diario vivir.
En este mismo proceso, debía seguir con mi rutina. A mi costado estaba mi esposo, roncaba con tanta fuerza que acabo de descubrir algo anecdótico, tengo a una pareja con pulmones de acero. Reía internamente mientras me aseaba y preparaba para deleitar a mi pequeña familia con un desayuno súper manaba.
A la sazón del verde, huevos, maní y queso mis manos tejían un plato icónico de Manabí, un bolón. Su forma, textura y sabor eran muy evidentes, mi pasión por la cocina había hecho que olvidara algún problema o situación pasada.
Estaba casi todo finalizado y era la hora idónea para levantar a mi pequeña pero gran familia. Pequeña en miembros y grande en corazón, tan grande como el sentimiento del primer día que tuve entre mis brazos a nuestra bebé.
Aquel sentimiento se cortó al matiz del llanto, era mi hija, su alarma biológica denotaba que tenía hambre. Una teta caliente y un movimiento constante fueron su regalo de buenos días que acabaría luego de 5 minutos, sus ojos cerraron y el sueño volvió apoderarse en su ser.
Mi proceso aún no terminaba, debía alimentar a mi esposo. Un beso fue el detonante para levantarlo, hice milagro, le gané a la alarma, ironiza y reía por la acción que había realizado.
Como un oso saliendo de hibernación y hambriento así se encontraba él. Las pláticas y risas iban a vaivén de los minutos, el protagonista fue el bolón, tan exquisito y delicado. El tiempo parecía pararse, era una felicidad por estar en mi pequeña y gran familia.
Una vibración sería el detonante, pasé de alegría a la preocupación. Carlos Cedeño me respondía un mensaje, debía elaborar una crónica vivencial, no podía perder aquella materia que él daba, tenía y debía armarme de valor, por mí, por la bebé y mi esposo.
Dejé todo el arte culinario y daba apertura a mis dedos. Una laptop, los auriculares y las vivencias de las últimas 3 horas serían mi carta de presentación. La imaginación, formatos de redacción y adrenalina se conjugaban para escribir lo que ahora usted está leyendo, una historia que viví y la sigo palpando al son de los minutos.
El tiempo trascurre y se hace limitado, sigo escribiendo con un fondo fenomenal, mi esposo lavando los platos y mi bebé durmiendo, el destino se compaginó conmigo. Las letras fluyen positivamente, como la nota que anhelo tener para seguir con este proceso llamado vida.
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