Menos de un minuto y medio

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Por: Diego Briones

En menos de un minuto y medio, Claudia abrió la puerta de su hogar para recibirnos. Se ve cansada, pues cargar a un niño dentro del vientre, mientras tienes una pequeña de cuatro años corriendo en la casa no es trabajo simple. Vestido largo, unos pequeños destellos de panza de embarazada que empiezan a brotar, como si fuera una semilla, germinando, incluso allí donde parecería no poder florecer. Y es que Claudia tiene ya 40 años, mientras que también, a lo largo de su vida ha tenido quistes lo que hace que sus posibilidades de embarazo sean escasas, por lo que su embarazo fue una total sorpresa.

Menos de un minuto y medio, también, basto para acabar con la vida, y a su vez, con los sueños, de aproximadamente 671 personas. Menos de un minuto y medio basto, asimismo, para cambiar la vida de todos los sobrevivientes.

Después de un día caluroso, la noche del sábado se esperaba con ansias en el hogar de Claudia Barre, quien había quedado de acuerdo con sus sobrinos y su hermana para ir a comer pizza y pasar un fin de semana en Familia. Tenía 8 meses de embarazo, y vivía a escasos metros de la ahora conocida como ‘zona cero’.

A las 18:00 el teléfono sonó un par de veces:

-Claudia, ¿quieres ir a la casa de Lourdes? Tenemos que vernos antes de que des a luz, hablar, ya sabes, y de paso conocemos tu nueva casa, pregunta Mercedes.

-Sabes que nunca te rechazo, pero esta vez mi familia viene de visita y ya quedé con ellos, tengo que esperarles, respondió Claudia.

-Bueno, ¿podemos ir nosotros? Mientras llega tu hermana, insistió.

-Está bien, aquí les espero.

Claudia acababa de mudarse a La Ensenadita, en una casa de 3 pisos, que se encontraba frente al ahora extinto hotel Umiña, y cerca a la conexión de los ‘’ríos’’ de la ciudad. Próximo de la playa de Tarqui y del puente desnivel que une a la ciudad.

Mientras Claudia se bañaba, luego de un día largo, su esposo daba indicaciones a sus amigas para que pudieran llegar a su nuevo departamento.

Al recibirlas, a las 18:58, entre halagos y cortejos hacia su nueva casa, empiezan los movimientos. ‘’Mientras les mostraba la casa empezó a temblar todo. Yo ya tenía la experiencia del terremoto de Bahía, y pensé: si no para pronto esto es un terremoto’’, relataba Claudia, quien aún, después de 4 años, sigue recordando la escena como si fuese ayer.

‘’Veía que no paraba, así que empecé a gritar: ¡Terremoto, Terremoto! ¡Esto es terremoto!’’, mientras que sus amigas y su esposo trataban de tranquilizarle, porque un susto fuerte podía provocar un aborto espontaneo o alguna complicación.

Los segundos, que parecían horas, corrían a paso de tortuga y la espera parecía interminable para Claudia y sus acompañantes. Menos de un minuto y medio desesperante para esta, y para todas las familias manabitas.

Durante estos largos segundos, Claudia miraba hacia el ventanal que tenía su casa. En el tercer piso, con la vista hacia el Hotel Umiña; con vista hacia Tarqui, buscando alguna respuesta, una señal que indicara que todo iba a estar bien. Por el contrario, vio al longevo hotel caer al instante: ‘’Aun no empezaba el movimiento fuerte y cayó el hotel Umiña. Así, sin más, tal cual como cae una torre de naipes: de un solo’’, relataba Claudia, mientras juntaba sus manos para posteriormente abrirlas, simulando el movimiento que hizo el hotel.

‘’Subió una ola de humo, una nube entre gris y blanco gigante. Parecía un hongo blanco extremadamente grande. Uno dice humo, pero en realidad era polvo, cemento, pero en ese momento eso era lo que uno pensaba’’ narraba Claudia, con un cada vez más creciente nudo en la garganta.

-Hay dos maneras de haber vivido el terremoto en Manta: los que estuvimos en la zona cero y los que no, sentencia Claudia.

– ¿Cuál es la diferencia?

– Parecía un bombardeo. Muchas personas dicen: ‘’si se cayeron las cosas, fue fuerte, se movió todo’’, pero en donde yo estuve se escuchó un rugido fuerte, hambriento, que parecía salir del centro de la tierra. Se escuchaban caer las casas, los edificios, gritos desesperados: parecía el fin del mundo, en mi mente, era el fin del mundo, aseveró la, en ese entonces, futura madre de familia.

La desesperación era creciente, pues el terremoto no cesaba, y la tierra parecía un león hambriento: no paraba de rugir. Y, de la misma manera, Claudia no paraba de rezar. ‘’Rezaba por mi hija, por mi familia, por cualquier persona que recordase en ese momento. Creía que iba a morir, que no iba a poder tener a mi hija, era una situación desesperante. Gritaba de una manera increíble, no salía mi voz, mis amigas siempre lo recuerdan, salía algo fuerte: de adentro, era algo irreconocible. Como implorándole a Dios’’, recordaba Claudia, con el corazón en la garganta.

Finalmente: paró. Menos de un minuto y medio con el corazón en la mano, y, apenas, estaba comenzando.

Se dispusieron a bajar las escaleras, que siempre han sido muy oscuras, pero de manera inexplicable, justo aquella noche, Claudia pudo ver todo con mucha claridad, ‘’Aun me pregunto cómo. Salí del departamento y recuerdo todo claramente, vi al vecino diciéndome que baje rápido, que podía haber replicas, a mis otras vecinas llorando porque su casa en Tarqui se había caído, recuerdo ver el agua de la cisterna regada en el piso y decirles a todos: ¡Cuidado, esta mojado!, mientras seguía mi camino. ¿Cómo lo vi? No sé’’, narra Claudia, quién aún se asombra por lo que ocurrió aquella noche.

-Vámonos, Claudia, vámonos, me pidió mi esposo, al bajar del edificio, entre llantos y abrazos.

– ¡No!, grité, de aquí no nos vamos hasta que no llegue Margarita y los niños.

Y seguí gritando: ‘’ ¡Quiero ver a mi hermana, ¿¡Dónde está mi hermana!?’’

Había incendios más adelante, el lugar parecía una zona de guerra. Había espacios vacíos por todos lados, edificios derrumbados, el miedo podía olerse, y las calles estaban repletas de personas, como nunca: nadie quería estar en casa.

A lo lejos, una respuesta esperanzadora se escuchó después de uno de los incesantes gritos al cielo de Claudia: era Margarita, quien después de caerse muchas veces en el trayecto, por la oscuridad y prisa, llegó al lugar del encuentro. Un abrazo reconfortante, un abrazo de esperanza, en medio de la calle, y con un vientre embarazado de por medio, fue el que se llevó a cabo en aquella calle de la ciudad, en medio de una de las noches más tristes que ha tenido el país.

Margarita Barre, su hermana, también había pasado mucho para llegar hasta este sitio. Ella se encontraba en la zona cero, en pleno Tarqui, pero para su suerte, estaba en el autobús. ‘’Desde mi casa en Jaramijó la línea 2 es la única línea barrial que llega hasta Manta, quedaba cerca de la casa de mi hermana así que me resultaba tomarla. No quería ir aquel día, algo me decía que no debía salir, pero ya había hecho planes’’, relata Margarita Barre, quien aún se angustia al recordar aquel día.

Unos minutos antes del terremoto, Margarita preguntó a su sobrino e hijo:

– ¿Y si bajamos a comprar algo para el café?

– ¡Nooo!, respondieron al unisonó, vamos a comer pizza, explicaban mientras se saboreaban los labios.

-Aun así, mientras esperamos, insistió la madre.

Al minuto, mientras lo pensaba seriamente, todo empezó a moverse. ‘’El carro se detuvo, de la nada, yo al principio no entendía por qué. Luego, el carro empezó a moverse: daba una especie de saltos, iba hacia arriba y caía, pensé que pararía pronto, pero no fue así’’

Los segundos parecían eternos y me encontraba desesperada, así que, al ver a decenas de personas salir, di la idea de bajarnos del autobús. Era una mala idea, pero por suerte, mi hijo estaba mucho más cuerdo y me hizo entrar en razón, con una frase que aún recuerdo: ‘’ ¿No ves alrededor? La gente está muriendo’’, y en ese momento, contemple la situación en su totalidad.

Las personas trataban de huir, pero era tarde, los edificios caían por todos lados, incluso, un edificio cayó al lado izquierdo, uno al frente y uno atrás, por suerte quedó calle a la derecha y el autobús logro salir. Todo era polvo y cemento, todo era gris. ‘’Uno cree que en las películas se exagera demasiado cuando se trata de apocalipsis, pero sinceramente, cuando lo vives, las películas quedan cortas’’, aseveró la madre de familia, con un vaso de agua en la mano. Tomó un trago largo y añadió:

‘’El movimiento finalmente paró, y ahora no sabía qué hacer, ¿salir y caminar? Sería un infierno. El chofer grito: quien se vaya a bajar hágalo ahora, yo iré hasta el centro, lo que fue un alivio para nosotros’’, recordó Margarita, mirando hacia la luz del foco de la habitación donde nos recibió.

El autobús, esquivando a los obstáculos, corriendo entre los escombros, logro salir a la calle principal, y después de unos minutos paro en el redondel de INEPACA, donde muchos se bajaron. Margarita y sus dos acompañantes (hijo y sobrino) emprendiendo su carrera con el destino.

Cayeron varias veces, pues la oscuridad y las grietas, sumados a la desesperación del momento, hacían que se perdiera el equilibrio fácilmente. Al llegar a una gasolinera, Margarita tuvo la idea de comprar algo para beber, pues el polvo había consumido el poco líquido que quedaba en su garganta, sin embargo, se encontraron con la sorpresa de que la gasolinera estaba destrozada, ‘’Dentro estaba todo hecho pedazos, no había nadie atendiendo, y estaba prohibida la entrada. Las neveras estaban caídas y todo era destrozos’’, cuenta Margarita, recordando aquel día con mucha tristeza.

Finalmente, escucho a lo lejos los gritos de su hermana. El alma le volvió al cuerpo. Corrió con mucha más fuerza y llego, pasando el puente desnivel, al encuentro, para completar un abrazo entre llanto, pero con el sabor dulce de saber que todos estaban bien.

Después del triunfal encuentro, quedaba aun la hazaña de sobrevivir el resto de la noche, y por supuesto, el miedo a las continuas replicas que, en otros lugares, habían causado incluso más destrozos que los movimientos principales mismo, además, del miedo latente de saber si habría un tsunami o no. Emprendieron la odisea en búsqueda de un lugar alto, o al menos, un lugar ‘seguro’, donde pudieran pasar la noche.

Recorrieron la ciudad, Claudia con barriga en una mano y el corazón en la otra, al ver tanta destrucción, tanta muerte, observar la ciudad que una vez había sido visto como un paraíso veraniego, entre los escombros y las cenizas, y todo esto, en menos de un minuto y medio. Caminaron a través de cables, casas caídas, familias gritando, llorando, clamando por auxilio, buscando alguna fuerza sobrenatural que les de paz; aliento, caminaron entre miles de historias y anécdotas que, seguramente, no han sido cubiertas en su totalidad. Al finalizar la noche, llegaron a la casa de una tía, cerca de la universidad.

Pudieron contactar al resto de la familia, algunos llegaron a la zona y otros se quedaron cuidando, lo que aún quedaba, lo que aquel minuto y medio no les había quitado. Pues, sabían que después de una catástrofe siempre hay ‘’pillos aprovechando la situación’’, narraba Margarita, ya más calmada; entre risas. ‘’Mi otro hijo llego en medio de la noche con nuestro par de perros. Si, había 4 personas más en casa, pero el trajo a los perros’’, recordó, con una leve sonrisa en el rostro.

La noche se hizo cada vez más larga, y el sueño, necesario siempre, era inconciliable, nadie paraba de recordar todo lo visto en las últimas horas, de hacerse preguntas, de buscar respuestas y de no encontrarlas. La angustia le gano a la necesidad de descansar, y la noche casi eterna termino entre conversaciones acerca de lo vivido, y agradecimientos por la vida que aún les queda.

 

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