Recorrido de pánico
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Redactado por: López López Lissette Alexandra
En un día muy normal como cualquiera, en medio de la brisa del viento que acariciaba las mejillas de las personas, con un pequeño diluvio, las risas, los juegos y las vivencias familiares serían silenciados, en aquel momento cuando la tierra empezó a moverse al igual que el agua metida en una cisterna como olas del mar, lleno de gritos desgarradores, miedos y destrucción, un atardecer que cambió vidas y se llenó de ríos de lágrimas.
Para ser exactos un 16 de abril del 2016, justo cuando las manecillas del reloj señalaban que la oscuridad iba a caer sobre el mundo, Daniel López, un muchacho trabajador de estatura media, de ojos negros azabache y de cabello frondoso, vestía una camisa color amarilla, y una bermuda un tanto apretada, salió del trabajo tomó su moto y se dirigió a su humilde morada para pasar en familia luego de una ardua semana de trabajo.
Empezó su recorrido, mientras la calle estaba oscura como la boca del lobo, sus ojos negra noche y sus cejas como arcos de cielo, cada que llegaba mostraba su sonrisa con sus dientes que son como perlas. Para él los fines de semana es de descanso y pasar en familia. Después de cinco minutos de recorrido, un movimiento muy fuerte lleno de angustia y de ansiedad que duró casi setenta y cinco segundos siendo el peor movimiento telúrico que marcó la vida de Daniel.
Después de sentir el poder de la naturaleza en la carretera solo, volvió a encender su moto y salió veloz como un rayo, llegó a casa, apaga la moto y corre hacia su familia, pero aquella sonrisa que siempre reflejaba; se apagó tan rápido, sus manos temblaban como gelatina y su corazón sonaba fuerte como un tambor.
Daniel observa a sus padres y hermana, con su voz muy baja y temblosa musita:
– Los amo familia ¿Se encuentran bien?
Daniel se queda observando a su padre, mientras sus largos brazos eran puertos seguros que cubrían a su hermana, quién tenía sus ojos humedecidos por miedo que algo le pasara a su padre, pues su corazón es más frágil que el vidrio. Después de pasar varios segundos su progenitora responde:
– ¡Nos encontramos bien hijo! ¿Cómo estás tú, no te accidentaste viniendo para acá?
– No mami estoy bien, un poco asustado por mi papá, pero bien.
Su padre empieza a humectar sus ojos de lágrimas y abraza a sus hijos y esposa, dando gracias al Todopoderoso que ya todo había pasado, pero que era el peor movimiento que él había vivido en toda su vida, Roberto mira a su esposa e hijos y repite:
– Nunca antes viví algo así, esto sin duda alguna no fue un temblor cualquiera, esto fue un terremoto.
Continua Daniel mirándolo y susurra:
– Papá, subamos a casa, no hay luz y es mejor estar seguros dentro de ella.
– Si hijo, tienes razón, hay que llamar a nuestra familia de Quevedo para saber cómo están.
Daniel sube a casa, mientras camina por las paredes observa de cómo está a su alrededor, en la sala estaba todo bien, sin embargo, en la parte de la cocina donde estaba un anaquel lleno de copas y vasos de vidrios, eran regados por todos lados y hecho trozos, sorprendido como un niño ante lo vivido lo que se sintió como el estruendo de fieras al combate.
Eran las ocho y veinte de la noche, y Daniel junto a su familia seguían sin tener noticias de sus familiares, no había cobertura para llamar, las llamadas estaban colapsadas, mientras su padre con el ánimo por el piso, desesperado tocando su cabeza buscaba su radio de pilas para escuchar las noticias y saber dónde había sido el epicentro de aquel movimiento telúrico, al mismo tiempo extrañado buscando señal para llamar a su madre. La preocupación lo estaba matando.
En ese instante llama su hermana de Quevedo con su voz entrecortada repitiendo el nombre de su hermano a cada momento.
– ¿R-o-b-e-r-t-o? evoca ¿R-o-b-e-r-t-o?
– Roberto, como están por allá, ¿cómo están mi cuñada y sobrinos?
– Marisol, tranquila estoy bien, todos estamos bien.
– Mis padres como están por allá. ¿Cómo están todos? No los había podido llamar porque no hay cobertura para realizar la llamada. Cuestiona Roberto
– No te preocupes hermano, estamos bien. Mañana te llamo bien temprano. Ahora trata de estar tranquilo y descansar, tienes que cuidar mucho tu corazón.
Luego de varios minutos más tranquilos después de haber tenido noticias de sus familiares. Daniel sale de casa hacia el balcón, su mirada fija hacia el cielo como buscando ayuda divina, mientras las luciérnagas celestes decoraban la noche, su madre se acerca a él y le pregunta:
– ¿Qué tienes hijo?
– Quiero que siempre estén bien, son lo más importante que tengo en mi vida, si me faltan no sé qué haría.
– Hijo estamos bien que es lo importante, claro asustados, pero ya todo paso, llegaste con bien a casa y doy gracias a Dios por ello.
– Gracias mamá por siempre estar para mí. Te amo.
Después de la tempestad siempre viene la calma. Mientras Daniel entra a casa, se sienta junto a ella en una silla alado suyo con una mirada fija, se da cuenta de lo temblosa que estaba, inmersa en un vacío y con los nervios muy alterados, sin embargo, trataba de estar tranquila por su padre. Con una voz triste, Daniel denota a su hermana Alexandra:
– ¿Te sientes bien?
– Estoy más tranquila, llegaste en el momento justo, pensé que no llegarías hermano.
– Quise llegar más temprano pero el trabajo me lo impidió.
– Tu sabes que mi papá sufre del corazón, después del infarto él no puede recibir este tipo de impactos fuertes, tuve mucho miedo que le pasara algo a él y no saber qué hacer.
– Tranquila hermana estamos bien y él está bien, míralo, está más firme que un roble en su salud.
– ¡Gracias a Dios! ¡Gracias! Exclama Alexandra.
Alexandra se levanta de la silla, va a la cocina y prepara agua aromática para calmar los nervios de todos, Daniel junto a su padre empezaron a escuchar las noticias, el movimiento podría volver aún más fuerte de lo que había sido, noticias que ponían los pelos de punta a cualquiera, pero al mismo tiempo había que mantener la calma, de a poco las noticias se iban convirtiendo en aquella música que emborracha como el alcohol.
Alexandra los detiene y mira fijamente aún con su mirada nerviosa y su voz quebrada suspira, toca el hombro de su padre lo abraza y sonríe:
– Vallamos a dormir, mañana será otro día.
– Me parece bien, vamos, agregó su padre mientras le daba un beso a Alexandra en sus manos suaves y lindas como una flor.
A tempranas horas del día domingo, donde el astro rey cubría las colinas de aquel barrio, provocando una sensación sofocante a los habitantes, dando una muestra de lo impecable que sería el clima durante gran parte del día.
Dejando a notar que parecía un día normal como si no hubiese pasado nada, pero era otra realidad.
El padre de Daniel cada mañana despierta fresco como una lechuga para escuchar las noticias desde temprano, cuando Daniel despierta lo mira y suplica:
– Papá no deberías escuchar las noticias, no quiero que te preocupes y te pongas mal.
– Tranquilo hijo, estoy bien, pero el epicentro del terremoto fue en Pedernales, Manta y Portoviejo, están con edificios caídos y gente debajo de los escombros pidiendo ayuda por querer salir.
– Realmente fue algo fuerte papá, esperemos que a todas esas personas las puedan rescatar.
Pasaron tres días y los rescatistas pedían ayuda a quiénes tuvieran como hacerlo con lo que fuera, se necesitaba lo principal, líquido vital (Agua), medicina, víveres y ropa, sin pensarlo ni dos veces la familia de Daniel decidió ayudar en todo lo que se pudiera, tomando como refrán hoy por ti y mañana por mí.
Daniel habla y luego su hermana lo interrumpe.
– ¿Oíste? Vallamos ayudar con lo poco que tenemos no es mucho, pero ellos necesitan más que nosotros en estos momentos.
Daniel fuerte agarra a su hermana entre sus brazos, con un abrazo fuerte como el de un oso, entusiasmado al ver que su hermana tiene un corazón enorme y las ganas principalmente de ayudar.
Alexandra mientras se baña y se arregla para salir, Daniel junto a su madre llenaban bolsas de ropa para los niños, jóvenes y ancianos. Comida y botellas de agua lo necesario para todas las personas que en ese momento no tenían nada.
– ¿Cinco fundas? Grita entusiasmada Alexandra.
– Si hermana lo necesario, suspira Daniel.
– ¿Lista?
– Lista, vamos.
Padre de Daniel.
Desde el balcón, mientras los rayos del sol cubrían el rostro del padre de Daniel, observa orgulloso.
Toma el rostro de su amada esposa. La mira con atención.
– ¡Carajos, Asunción! Nuestros niños se crecieron.
– Si viejo, nuestros dos pequeños motores de vida. Se nos crecieron.
Daniel encendió su moto y se dirigió hacia Portoviejo junto con su hermana a dejar manjares y vestimenta para las personas que necesitaban, para la sorpresa de Daniel fueron las lágrimas de Alexandra rodar por sus mejillas al ver los edificios que fueron sacudidos como si fueran muñecos, mostraba aires de desconsuelo, aquellas calles de la ciudad fueron retorcidas como un laberinto, no quedaba ni la sombra de lo que era.
Daniel.
– No llores hermana, nuestro país se levantará al igual que nuestra provincia. Sé que mi país se abrazará fuerte que nunca más volveremos a temblar.
Alexandra con sus ojos cristalizados, y con una mirada que esconde un alma frágil sin que nadie la pueda ver, observa las nubes suaves como algodón, pensando en aquellas almas que hoy ya no están, el sueño eterno de esos buenos ángeles que ahora cantan en el cielo, y que nunca más tendrán gritos desgarradores.
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