Topetazos de amor

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Por: Jennifer Elizabeth Bailón Vélez

Ausente se encontraban los destellos de luz, las manecillas del reloj rondaban la génesis de una noche habitual. El mar del romanticismo de una pareja adolescente pronto se convertiría en desdicha y angustia.

Un día normal de junio del 2020, bajo la tiniebla de un cuarto desolado en la ciudad de Manta, encontramos a Leonor; una joven de 20 años de estatura pequeña, con unos ojos de cristal marrón, rizos de oro que perfilan su blanca faz y una voz de terciopelo que describe la esencia de una flor humana; quien con su look usual (una blusa gris, un pantalón negro y unos zapatos deportivos blancos); parecería no haber vivido un nexo peligroso, pero hace ya un año libró una de sus peores batallas amorosas.

“Todo comenzó el primero de mayo del año pasado, cuando me fui de casa y empecé a convivir con Juan, mi expareja; al principio todo era color de rosa, pero el tiempo me mostró el otro lado de la moneda y aquél 19 de julio una situación crítica lo cambió todo”, relata Leonor, con una mirada perdida mientras empezaba a insertarse en un océano de recuerdos agrios.

Cada mañana Leonor, despertaba para ir a la Universidad; cursaba el segundo semestre de administración de empresa y como era de costumbre su pareja la acompañaba, “llevábamos apenas dos semanas viviendo juntos en un pequeño departamento en Santa Martha, ya no era el mismo; y me llevaba y traía de la universidad, él decía cuidarme y protegerme, pero se estaba convirtiendo en mi sombra; en el momento menos pensado aparecía en donde yo estuviera”, señaló la joven mientras observaba por la ventana de su pequeña habitación.

Después de que Juan, la dejaba en la universidad; Leonor caminaba de prisa al baño de su facultad para arreglar su cabellera y maquillar su rostro tratando de tapar su soledad y frustración amorosa.

Las horas de los días transcurrían y Leonor nunca conciliaba seguridad y a diferencia de las adolescentes de la carrera, ella no atendía a clases; la intranquilidad que producía su conviviente asechador la transportaba a un océano de miedos infinitos.

“Siempre me sentía asustada, intentaba actuar con normalidad en mis clases. Sin embargo; las personas de mi círculo social estaban empezando a notar mi cambio de actitud”, narra Leonor con un aire de tristeza mientras movía los dedos pulgares sobre su silla.

Recuerda que un lunes en su trance de miedo, unos segundos antes de que terminarán las clases; Sebastián, su mejor amigo se dirigió a ella preocupado:

-Leonor te he notado rara, sabes que si sucede algo me lo puedes contar. – musitó Sebastián con voz baja. –

A lo que Leonor no respondió, sólo sonrió sutilmente mientras buscaba su mochila para irse a la parada de la universidad en dónde diariamente la esperaba Juan.

Lapso antes de llegar a la parada, Leonor escuchó un gritó – ¡hey! Leonor si quieres te acompaño a casa y platicamos un rato. – Leonor miró hacia atrás, era Sebastián y antes de poder responderle sintió un fuerte apretón en su brazo izquierdo y escuchó:

– ¿Quién es ese muchacho que trata de pasarse de listo contigo? – preguntó Juan enojado sin permitir respuesta alguna de Leonor.

– ¡Súbete de inmediato y en casa hablamos! – gritó el joven mientras a empujones llevaba a Leonor al carro.

Sebastián al ver aquel muchacho enfadado, solo se inmutó a cruzar la calle y prefirió no causarle más problemas a Leonor.

Al llegar a casa el cuarto se llenó de insultos y por primera vez Juan empezó a golpear a Leonor quien con cada topetazo derramaba un llanto ensordecedor, sintiendo en su corazón que aquel capullo de amor se había transformado en un hoyo infernal.

Así, entre días de regocijo y noches de martirio las semanas fueron pasando y aquel fino hilo de amor se convirtió en un odio incesante.

Xiomara y Sofía (sus dos hermanas menores) siempre la visitaban y le advertían que si ella no se alejaba de aquel hombre, algún día la terminaría matando, “mis hermanas siempre me decían que fuera a denunciarlo y que les diga a mis padres, pero yo sabía que si hablaba me iría peor “en boca cerrada no entran moscas”; así que me callé varios días y tapaba los moretones con maquillaje y ropa larga”, enfatizó Leonor, con lágrimas en su faz mientras producía un agobiante clima de tristeza.

Aquel 19 de julio del 2019 Leonor, gracias al apoyo de sus dos hermanas; decidió terminar con el martirio amoroso y como aquella ave en vuelo buscó su libertad con una orden de alejamiento para aquel joven que tanto daño le había hecho.

Era jueves las manecillas del reloj marcaban la 07h00 cuando Leonor llegó a la universidad en compañía de su pareja con una actitud amorosa para no poner en sobre aviso a Juan; la mañana transcurrió con normalidad y justamente al medio día sus dos hermanas llegaron a la universidad junto con su madre Juana a acompañar a Leonor a despojarse de aquel nexo tóxico que diariamente carcomía su blanca piel de porcelana.

Al pasó de una hora Juan se hallaba en la parada de la universidad esperando a Leonor, los minutos pasaban y la ausencia de la joven marcó escenas fuera de lugar en su pareja, quien enfurecido empezó a buscarla. Al no hallarla subió a su pequeño taxi y merodeo toda la ciudad como un animal feroz en busca de su presa.

Ya eran las 15h00 cuando Leonor salió junto a su madre y sus dos hermanas de la comisaría, observó la muñeca izquierda de su hermana Sofia quien como de costumbre cargaba su reloj blanco; al percatarse de la hora se asustó y con una excusa logró subirse a un taxi e ir a la casa en Santa Martha a retirar sus cosas antes de que Juan la encontrará.

Su madre y sus hermanas tomaron otro rumbo con el pavor y palpito en sus pechos de que Leonor no pudiera pasar desapercibida por Juan.

No se escuchaba ruidos, el silencio que englobaba el domicilio le dio la certeza a Leonor que su pareja no estaba en casa. Apresurada tomó una maleta y como un malabarista agarró sus cosas y las guardó; esperó un taxi sentada en un rincón sin sollozar siquiera una palabra.

El tiempo corría y la llama que latía en su pecho cada vez era más potente, salió del departamento con temor de encontrar a su enemigo y en menos de lo que canta un gallo subió a un taxi.

-Buenas tardes, me lleva a la avenida interbarrial por favor- pidió desesperada Leonor mientras acomodaba sus maletas en el asiento.

“El taxista arrancó, pero en todo el camino no dijo nada, su rostro cubierto con una capucha de abrigo negro llamó mi atención, sin embargo; preferí no decir nada, mi corazón empezó acelerarse cuando observé que me llevaba por el camino equivocado”, puntualizó Leonor mientras rozaba sus manos en las mejillas.

-Disculpé, ¿me está llevando dónde le pedí? – preguntó Leonor con una voz entrecortada.

– Son atajos. – respondió “el taxista” con un tono de burla.

Es lo último que recuerda Leonor pues horas después, se encontraba en el departamento con sus manos amarradas, “creó que me drogó, ni siquiera sé como llegué ahí, pero cuando abrí mis ojos lo vi, era él: Juan”, aludió Leonor mientras llevaba sus manos a su cabeza.

Las manejas de un viejo reloj de pared marcaban ya las 19h00, su enemigo atroz entró a la habitación y empezó a ofender a Leonor, “recuerdo que me decía palabras muy fuertes, me insultaba y golpeaba las paredes”, relata Leonor mientras disimuladamente escondía una pequeña cicatriz de su hombro derecho.

-Cada vez era más grosero, me quitó la soga de las manos y empezó a enredarla sobre mi cuello, me arrastraba por el piso y yo intentaba soltar la cuerda; en ese momento observé un objeto cerca de mí y quise defenderme. – describe la joven con un rostro que denotaba angustia.

Pero, Leonor no logró nada aquel objeto no era suficiente para librarse de aquel hombre robusto que golpeaba hasta sus entrañas, “empecé a gritar desesperada pidiendo ayuda, ya no me quedaban ni fuerzas, sentía mi rostro lleno de sangre y mi cuerpo todo apaleado”, acotó la joven con su voz entrecortada, quizás por el martirio de recordar aquel momento desbastador.

Eran las 21h00 cuando al fin el joven cesó el maltrato y caminó hacia la salida de aquella habitación, Leonor afligida sollozaba auxilió, pero nadie la escuchaba, solo cuatro paredes retumbaban el eco de su dolor, la mirada perdida y la voz quebrantada marcaba el sufrimiento vivo de la joven.

“Nadie me escuchaba, así que me paré y lentamente empecé a caminar, salí del departamento, una muchacha de vestido rojo asustada se me acercó y en ese instante me desmayé”, revela Leonor mientras divagaba en sus recuerdos.

“Desperté en una sala de hospital mis padres estaban a mi lado y solo cerré mis ojos y agradecí a Dios por aún tener la dicha de disfrutar mi vida y desde ese momento decidí recibir ayuda psicológica para sanar las heridas de mi corazón”, la pesadilla ya había pasado y lo último que supo Leonor de aquel tóxico amor fue que las autoridades ya tenían bajo la lupa a quien casi desgarra su vida golpeándola brutalmente.

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