Recordando la tempestad

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Por: Maykelin Zambrano

Ketty De La Cruz con el corazón en la mano nos narra los episodios que vivió durante y después del terremoto del 16 de abril del 2016. Momentos difíciles para la población ecuatoriana.

Una ola de recuerdos que te llevan a vivir nuevamente un momento de dolor y angustia, un momento que hace temblar todo tu ser.

Ketty con una amigable sonrisa, nos recibe en la sala de su casa, luciendo un estilo relajado, fresco y dispuesta a conversar los capítulos que ruedan en su cabeza, de aquellos momentos.

Cuando Ketty empieza a dialogar la experiencia vivida, desvía la mirada y proyecta un instante de tristeza, genera palabra e inicia “el sábado del 16 de abril, era un día normal, pero yo estaba de madrina de bautizo, y cuando nos encontramos en la reunión, cenando, empezó un movimiento leve, nadie esperaba lo que venía”.

En ese instante ella pensaba que era un temblor ligero, un simple sacudón. “Lorena Zambrano, mi comadre, junto con sus hijas, mi esposo y mi hija salieron corriendo cuando la tierra se movía con más intensidad, yo iba detrás de ellos, pero algo semejante a una ola, movió los muebles de la sala y quedé atrapada entre ellos; sentí que era el fin del mundo”, continua Ketty.

El compadre y el amigo, Galo y Claudio, regresaron por ella, pero no fue posible ayudarla a salir hasta que paró el movimiento telúrico.

Todos salieron, se reunieron en la calle, frente de la casa, y empezaron a contactar a sus familiares. “Llamé primero a mis dos hijos que se encontraban trabajando, uno en taxi y otro en un hostal, sentía que la vida se me iba, sólo imaginando que algo pudo pasarles”, recuerda Ketty con voz nostálgica.

Amigos y familiares se direccionaron hasta donde se encontraba Ketty. El miedo los abrazaba, una manta fría de nerviosismo los abrigaba y un nudo en la garganta los ahogaba, sentirse seguros era un reto. Durmiendo dentro de los vehículos, a orilla de la calle, y velando el sueño de los más pequeños, les transmitían una gota de calma.

Al día siguiente todos tomaron sus pertenecías y se dirigieron a sus hogares para verificar que sus bienes estaban en buen estado.

Ketty divaga en sus recuerdos y relata que en casa no había pasado más que unos rasguños en las paredes. Lo desesperante fue enterarse que los hostales de su prima Carmen De La Cruz, se habían desplomado, pensar que ella podría estar entre los escombros fue como un golpe en el corazón.

“Gracias a Dios Carmen no se encontraba en ninguno de los hostales cuando ocurrió el sismo. Después de un rato de ir a mi casa, nos encontramos en casa de Miriam, mi hermana”, añade Ketty.

Aproximadamente 12 familias se reunieron, Ketty refiere que su familia siempre ha sido muy unida, y dada la situación decidieron pasar juntos, hasta saber que la tormenta había acabado.

Dos días después, Ketty con su prima Viviana De La Cruz, tuvieron contacto con amistades de España, quienes, con un corazón bondadoso, enviaron kits alimenticios y de primeros auxilios. “Como al cuarto día teníamos los cartones con todas las donaciones, y salimos a los lugares más afectados”, halaga Ketty.

Visitaron el cantón Jaramijó, donde desbordaba un río de edificaciones desplomadas, causa del terremoto. “Cuando estaba en casa de mi hermana no hubiese imaginado todo el desastre que había afuera, llegar a Jaramijó, y ver esas escenas fue un impacto muy grande”, agrega Ketty, con la mirada fija al suelo, y las manos entrelazadas.

“Niños, mujeres embarazadas, adultos mayores, personas con rasguños y mal heridas, se acercaban a nosotros rogando un poco de agua, una ayuda humanitaria, ver eso fue algo que me arrancó el alma”, susurra Ketty con la voz entrecortada y los ojos aguados.

Entregaron las donaciones y consigo un grano de fe, de bondad, de fortaleza y motivación. Ayudaron a quienes más pudieron, un día intenso, agotador, pero regalando un poco de esperanza para aquellos que recibían dicha ayuda.

Llegando a casa de Miriam, Ketty estaba envuelta en nostalgia, no pudo controlar más sus emociones, y fingir tener un corazón de piedra, se guardó en una de las habitaciones, se acostó en la cama y se convirtió en un mar de lágrimas.

“Mi esposo Liwlliz me acompañó en ese momento triste, dándome aliento y motivación, no le gustaba verme deprimida y devastada, pero no pude controlarlo más, fueron situaciones impactantes y dolorosas lo que visualicé en Jaramijó”, complementa Ketty mientras una lágrima rodaba por su mejilla.

Ketty suspiró fuertemente, se secó aquella lágrima y continuó, “después de 10 días regresamos a nuestra casa, para seguir el camino de la vida que teníamos, pero no me era posible dormir por las noches, sentía que mi casa caía, y me quedaba dentro”.

Cerca del redondel de “Los Eléctricos”, frente a la casa de Ketty, había un albergue conformado por 10 familias, al que se unió Ketty, su esposo y sus hijos. “Mi casa estaba en buen estado, pero no podía dormir ahí, así que nos fuimos al albergue y tuve que ir al neurólogo, de a poco me fui acostumbrando y los nervios fueron cesando”, concluye Ketty.

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