Un veneno silencioso
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Por. Carolina Ponce
El reloj marcaba la 13h00 del 28 de febrero cuando en las noticias se transmitía: “Primer caso de Coronavirus en Ecuador”. La sociedad preocupada por la fuerte y escandalosa noticia, comenzó a encerrarse en sus viviendas, sin recibir ningún tipo de visitas porque la situación cada día era más grave.
A medida que pasaban los días, el país entero entró en pánico; se cerraron los parques, los centros comerciales y todos los lugares de trabajo y recreación, emitiendo algunos mensajes de motivación como por tu bien y por mí, quédate en casa o ¡No salgas!. Las mascarillas llegaron para quedarse, mientras el veneno silencioso siga aquí.
-¡Qué Dios nos proteja de esta pandemia! ¡Dios, líbranos de todo mal!, eran las expresiones que se solían escuchar por parte de las personas, pero las súplicas y los rezos no abastecieron, “el covid-19 llegó a nuestra ciudad”.
-¡Qué horror! El estilo de vida empezó a cambiar. Llegó el momento de poner cartas en el asunto y empezar a quedarse en casa sin poder asomarse por la ventana.
Héctor Ponce (42) se encontraba sin trabajo. Fueron 3 meses de tormenta, ¿Cómo vamos a comer? –se preguntaba. “No tengo trabajo y no puedo salir a la calle a traer el pan de día a día”, lamentaba el caballero mientras llevaba a su boca un vaso con agua fría.
-Tuvimos que sobrevivir en la “cuarentena”, que en realidad no fueron 40 días. Hasta el día de hoy hay que seguir con las precauciones y usar mascarillas para no contagiarse, detalla Ponce, mostrando agobio y pesadumbre al recordar esos duros momentos.
-“¡Nooo, Dios mío!”, exclamó Linda Bravo, al enterarse que su madre y su hermana, estaban contagiadas del virus. La situación se puso negra, parecía una pesadilla.
“Siempre se estuvo dando valor con la esperanza de que se recuperarían. Fue un momento de tensión porque no se sabía si el resto de familia también estuviera contagiada porque días antes tuvieron contacto con uno de ellos”, recordaba Ponce, revelando tristeza en su grotesco rostro, aquel que a pesar de su fachosa portada por los tatuajes, demuestra buenos sentimientos.
La preocupación y desesperación duró una semana, ¡Todo se mejoró!, la familia se había recuperado y los demás no presentaron síntomas, por lo tanto nunca estuvieron contagiados. – ¡Qué paz!, la familia es sobreviviente de esta enfermedad que ha dejado y está dejando muchas pérdidas, apunta Bravo, denotando un alegre semblante.
-Dios ayúdanos por favor- suplicaba Fiorella Ponce mirando el deslumbrante cielo. –Que ésta pandemia se vaya de nuestras vidas y quede en la historia, “prometo ser mejor hija, hermana y amiga, pero Padre Celestial sácanos de este tormento”, imploraba la desconcertada chica.
Los dos primeros meses del toque de queda, se vivió un momento agobiado y difícil por todo lo que se transmitía en la televisión. La cantidad de contagiados y fallecidos incrementaba cada día más, escuchar y ver ese tipo de noticias aumentaba la depresión en la mayor parte de personas. Hubo pérdidas de familiares lejanos ¡Qué Dios los tenga en su santa gloria!
Es hora de reflexionar y estar más unidos que nunca.
Los días volaban como las aves en busca de sus alimentos, hasta que llegó el momento en que se estaba normalizando un poco la situación, ya se podía movilizar de un lado a otro, obviamente con la debida precaución e implementos necesarios para la protección y no caer en las riendas del virus. Por eso, se organizó una reunión con los familiares más cercanos, con el fin de brindar apoyo y solidaridad para quienes no estaban pasando económicamente bien.
Aún se escuchaba la típica frase: “Quédate en casa”, a pesar de que ya podíamos salir un poco, puntualiza Neyra Ponce, mientras toca su larga cabellera.
-Hay que admitir que se pasó casi toda la cuarentena en casa, solo asomándose a la ventana. La única distracción era practicar actividades, leer novelas literarias, que por supuesto son fabulosas y hacer cualquier otra cosa que no tuviera que ver con salir a la calle a buscar el contagio del virus, -narra la hija mayor de Ponce, aquella mujer que tiene una bella princesa de dos años de edad.
-Poco a poco las personas se han acoplado a vivir con el covid-19, porque estar encerrados sin trabajar hunde en depresión ¿Cuántas personas murieron por depresión? es la pregunta que se hace Luis Benavides, quién estuvo desempleado 4 meses por la cuarentena pero ahora agradece a Dios por darle una nueva oportunidad de trabajo.
El 15 de junio, ¡llegaron las clases en la U! -“qué semestre más fácil tendremos” -conversaban entre ellos Carlos y Fiorella, estudiantes de educación superior, quienes imaginaban que la modalidad de estudio era muy cómoda.
Y es que el tiro salió por la culata porque hay decenas de estudiantes arrastrando materias por no aplicarse porque como “no era obligatorio conectarse a las clases”, preferían “su sueño” que capacitarse profesionalmente.
El coronavirus no va a poder con nosotros, – motivaba Mariela Ponce, a través de un mensaje de whatsApp, contando como está pasando su nuevo estilo de vida en medio de la pandemia de covid-19.
Ella aun no asimila y no puede creer como esta pandemia les está arrebatando la vida a muchas personas.
Los meses se pasaron volando, y los días de encierro se convirtieron en un mensaje de reflexión para aprender a valorar a las personas, la familia, la vida y todo lo que hay en el mundo.
-No ha sido nada fácil, a pesar de que ya se aproxima un año de vivir con el virus, aún tengo los nervios de acero porque temo contagiarme- denota María Aguilar, una anciana que padece de hiperglucemia y que día a día lucha para combatir su enfermedad, la nieve en sus cabellos hablan de su agobiada historia.
Actualmente ya circulan los carros, están abiertos los centros comerciales y de distracción, también se puede pasear un poco sin olvidar utilizar las mascarillas porque el enemigo silencioso anda amenazando por las calles. La vacuna para combatir el covid-19 ya está siendo procesada en otros países y pronto estará en Ecuador, mientras tanto hay que cuidarse.
La familia no estaba preparada ante esta mortificación, pasó por situaciones no agradables que fue superando poco a poco. Después de aquel torbellino de consternaciones, finalmente vendrán momentos de armonía y ésta catástrofe quedará en la historia y será contada a las demás generaciones.
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