El lenguaje electronal y de escribalidad
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Por Galo Guerrero-Jiménez
Toda persona alfabetizada tiene el derecho y el deber de leer y escribir para que su relación corpórea desde su ocupación en calidad de profesional, de investigador o de estudiante pueda manifestarse como una forma de vida, la más adecuada en el ámbito comunicativo, y seleccionando los géneros y tipologías textuales que le sean más apropiados, y en consonancia con los medios analógicos y/o digitales, como los más efectivos para que esa palabra leída o escrita, incluso escuchada o hablada, sea la más oportuna, idónea, educativa, formativa, y todos los epítetos que le sean inherentes desde una postura micropolítica, ecológico-contextual y estético-ética que, situacionalmente, le permita a todo ciudadano alfabetizado y, hoy, más que nunca, infoalfabetizado, relacionarse desde su más genuina racionalidad y emocionalidad, de manera que su existencia personal esté enmarcada en una de las más grandes experiencias transformacionales e ineluctables que nuestra condición humana tiene, o debe tener, para construir cultura, educación, ciencia, humanismo, arte, ficción, filosofía, entretenimiento.
Y esta posición lectora y escritural no puede ser ajena al impacto mundial que hoy experimenta la sociedad con la arremetida descomunal de la tecnología que, desde la digitalización, está transformando el desarrollo del pensamiento, del comportamiento y de la comunicación a través del denominado “régimen de la información”, que no es otra cosa que “la forma de dominio en la que la información y su procesamiento mediante algoritmos e inteligencia artificial determinan de modo decisivo los procesos sociales, económicos y políticos” (Han, 2022), los cuales repercuten, fundamentalmente, en el conocimiento, en la educación y en la conducta.
Y como bien sabemos, este régimen de la información digitalizada se desenvuelve sin ningún tipo de restricción disciplinaria, en donde todo aparece sencillamente como información para que los internautas a través de la multiplicidad de plataformas y de redes sociales se esfuercen por alcanzar la visibilidad personal por sí mismas (Han, 2022).
Y, por supuesto que, en ese afán por visibilizarse, aparece la obsesión para conectarse digital, electrónica y permanentemente, hasta llegar a conformar un nuevo lenguaje denominado electronal que, desde la lectura, la escritura, la iconografía y el sonido virtualizados, participan, en especial, los niños y jóvenes, con una nueva lógica que regula la propia lógica del hecho social y cultural, y que responde a sus propias necesidades de comunicación, las que son a su vez expresión y configuración de cambios culturales que comprometen la propia plasticidad del cerebro (Caravelo Reyes, 2019) y, por ende, del comportamiento humano.
Este lenguaje electronal ya está siendo estudiado por investigadores y académicos de diversas universidades e institutos científicos del planeta, a través de un profundo análisis lingüístico-semiológico, neuro-comunicacional, neuro-científico, neuro-educativo-pedagógico, neuro-psico-sociológico y desde otros frentes científico-tecnológico-educativos, los cuales, poco a poco, nos están brindando interesantes aportes a través de los cuales “podremos vivenciar los alcances y significados que estos cambios producirán en los ámbitos de la educación, la cultura, lo social, lo político, lo intelectual y, obviamente, todo aquello que concierna a la propia cognitividad y a los universos axiológicos” (Caravelo Reyes, 2019) y antropológico-éticos que, necesariamente, se despliegan desde estas nuevas “tecnologías de la información que se suceden en el tiempo [y que] han configurado sistemas de signos cuyas pertinencias permiten hablar de personas adscritas a la oralidad, a la escribalidad y hoy a la electronalidad” (Biondi Shaw y Zapata Saldaña, 2019) y que, están afectando la corporeidad en toda nuestra complejidad psíquica y, en especial, en nuestra conducta cognitiva y psico-socio-lingüística.
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