Arcoíris de opresión
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Por: Cristian Javier Gallardo
Mofas, aislamiento, desconfianza, vergüenza, intimidación, violencia y discriminación, son prácticas habituales que soportan los miembros de la comunidad LGBTIQ+ (siglas que representan a las lesbianas, gays, bisexuales, transgéneros, transexuales, travestis, intersexuales y queer), por mostrarse ante la sociedad tal como son.
En Ecuador, hasta la década de los 90 ser homosexual era un delito. En Cuenca en el año 1997 una centena de homosexuales fueron aprehendidos por la fuerza pública tras protestar en contra del abuso que había recibido Nacho, un estilista miembro de su comunidad. Este acontecimiento causó conmoción a nivel nacional.
Indignados ante esta injusticia, un grupo de estudiantes universitarios, trabajadoras sexuales trans y heterosexuales, recogieron cerca de 1.400 firmas que se entregaron al Tribunal Constitucional en septiembre de 1997, solicitando la despenalización de la homosexualidad en Ecuador. Pero no fue hasta el 25 de noviembre del mismo año que se logró declarar inconstitucional el primer inciso del artículo 516 en donde estaba escrito que: “Las relaciones homosexuales consentidas entre adultos serán castigadas con reclusión de cuatro a ocho años”.
Pese a que han transcurrido cerca de 24 años de la despenalización homosexual, aún algunos miembros de esta comunidad son tratados como lo abyecto de la sociedad, aquello que se puede adjetivar como feo, sucio, inmoral, anormal o patológico; generando violencia física y psicológica, ocasionando un malestar que les haga cambiar su postura y causando en ellos una auto reclusión, para protegerse de estos discursos violentos.
Se puede encontrar cualquier tipo de discriminación, desde la más sutil hasta crímenes de odio que atentan contra la vida de estas personas. En Ecuador, el COIP sanciona los delitos de odio por orientación o identidad sexual, sin embargo, la violencia a la que se exponen las personas de la comunidad LGBTIQ+ es inimaginable y puede ir desde un simple insulto llamándolos “mariquitas”, hasta encerrarlos en centros de tortura con el fin de “modificar” su orientación sexual.
Nahim Nieto, es un joven que lleva un rencor tatuado en su piel. Al recordar este capítulo de vida su voz se quiebra como cristal cayendo al piso, sus ojos se inundan de lágrimas y un tren lleno de recuerdos desagradables viaja por su mente. Denuncia haber sido maltratado y marginado por su propia familia, incluso, asegura que fue llevado a un Centro de Deshomosexualización ubicado en Guayaquil, para según “curarse de este mal”.

Este joven de piel pálida, ojos hundidos y cabello color cielo, testifica haber sido obligado a realizar actos en contra de su voluntad. Recuerda haber sido golpeado e insultado en innumerables ocasiones por personas que trabajaban en este sitio, con el fin de que se comportara como “hombrecito”. “Recibí varias palizas que me causaron daños físicos”, confiesa indignado mientras muestra varias cicatrices que lleva marcadas en su piel.
En el año 2009 la CLADEM (Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer), denunció que en Ecuador funcionaban varios Centros de Deshomosexualización, en donde las personas que acuden en contra de su voluntad son maltratadas y agredidas físicamente e incluso sufren de abuso sexual.
El 8 de octubre de 2010, el Ministerio de Salud Pública de Ecuador, ordenó clausurar definitivamente los centros que atenten contra la humanidad de las personas de la comunidad LGBTIQ+, pero en la actualidad existen unos cuantos que funcionan de manera clandestina.
Nahim confiesa que este dolor no ha cicatrizado y la experiencia que le tocó vivir dentro de uno de estos centros es como un trago amargo que no quiere volver beber, pero está consciente de que la vida continúa. “Ámense tal como son, sean libres de pensar y querer diferente”, aconseja acomodando su cabello rizado.
“¡Azul es mi color!”
En el año 2020 un estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de la población LGBTIQ+ de Ecuador, demostró que siete de cada diez mujeres lesbianas y bisexuales han sufrido algún tipo de abuso.
Estos abusos generalmente no son denunciados, porque gran parte provienen de la propia familia.

Sentada en un sofá color gris se encuentra Oyuki Miossoty de 43 años, quien atestigua que en su adolescencia empezó a descubrir su gusto por las chicas y poco a poco fue direccionando su orientación sexual. Entre risas confiesa haber aceptado ser “distinta” a sus amigas, cuando en una reunión estas le obsequiaron una blusa color rosa, cuyo color ella odiaba. “¡El azul es mi color!”, exclamó mientras dejaba escapar una sutil sonrisa. |
Para Oyuki el camino ha estado lleno de espinas. Es una mujer robusta de cabello azabache que lamenta que sus padres no acepten su orientación sexual, recuerda que aquella decisión les cayó como balde de agua fría, pero que pese esto, no ha recibido discriminación de parte de su familia.
Miossoty rechaza todo acto de discriminación hacia la comunidad LGBTIQ+, pues aún no acepta que en pleno siglo XXI este tema cause revuelo. “Muchas veces he escuchado palabras hirientes hacia mis amigas de la comunidad y las personas lo toman como burla”, denuncia entrelazando sus brazos.
En el 2008 el Comité para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) sugirió al Estado ecuatoriano “adoptar medidas adecuadas para garantizar la plena aplicación de la legislación vigente de forma que no se discrimine a la mujer”, sea cual sea su orientación sexual.
El hilo rojo

Después de tantos años de una lucha incansable, el 12 de julio de 2019 la Corte Constitucional de Ecuador aprueba la unión civil entre parejas del mismo sexo y un mes más tarde, el 18 de julio del mismo año, Alexandra Chávez y Mishelle Avilés, una pareja de lesbianas, contraen matrimonio en la ciudad de Guayaquil. Aunque esta unión no duró lo suficiente (como muchos lo esperaban), fue un gran paso para la comunidad LGBTIQ+ ecuatoriana.
Edison Bravo y José Salazar, son una pareja gay que radica en Portoviejo. Ambos sueñan con tener una boda de ensueños.
Sus caminos se cruzaron por casualidad y desde entonces el amor los flechó. Ellos son fieles creyentes de aquella leyenda japonesa conocida como “El hilo rojo del destino”. Mientras caminan por el parque agarrados de la mano, comparan sonrientes su historia de amor con la de la antigua leyenda japonesa, aseverando que ya estaban destinados a estar juntos.
Edison Bravo y José Salazar, sueñan con tener una boda de ensueños.
Para esta pareja el amor va más allá de lo físico, pues consideran que para enamorarse se debe conocer el interior de una persona. Ambos creen firmemente en el amor verdadero, y a pesar de que a menudo reciban uno que otro discurso homofóbico, hacen caso omiso y sostienen que “no le hacen daño a nadie”.
“Todo depende de la educación de cada individuo, cada quien es un mundo distinto, pero a su vez todos somos iguales”, recalca Edison abrazando a su novio.
El artículo 81 del Código Civil y el artículo 52 de la ley de Gestión de la Identidad y Datos Civiles, ordena a la Asamblea Nacional que “reconfigure la institución del matrimonio y se dé un trato igualitario a las personas del mismo sexo”.
Con respecto a esta ordenanza, esta pareja aclara que el respeto y la empatía es el motor para erradicar la discriminación que reciben las personas de la comunidad LGBTIQ+. “La educación es la clave para vivir en un mundo lleno de armonía”, aseguran marchándose con una sonrisa en el rostro.
Labios color rosa
En 18 de junio del año 2018, la Organización Mundial de Salud conocida por sus siglas OMS, decidió dejar fuera de las enfermedades mentales a la transexualidad, declarándola una disforia de género.
La psicóloga Mariell Barreiro revela que los niños entre los 18 meses y 4 años de edad toman conciencia de su cuerpo y desarrollan su identidad sexual. “Aún no existe un estudio científico que compruebe si la orientación sexual de una persona se da desde su nacimiento o se adopta a medida que los seres humanos vamos creciendo”, asevera Barreiro acentuando la cabeza.
En un vacío y desabrido gabinete de belleza se encuentra sentada con las piernas cruzadas Suri Cedeño, una chica trans de piel canela, ojos almendrados, hombros anchos y cabello castaño rojizo. “Desde pequeña me identificaba como una niña de cabello corto”, confiesa mientras lima sus uñas pintadas de rojo.
Cedeño recuerda que en su niñez sufrió acoso por parte de sus compañeritos de la escuela, a tal punto de causarle un trauma psicológico que ocasionó su retiro definitivo de las aulas de clases.

Aquella vivencia hizo que Suri se armara de coraje y el día menos esperado pintó sus labios color rosa y abrió sus alas como mariposa multicolor, emprendiendo un vuelo hacia lo desconocido.
“En innumerables ocasiones me sentía incómoda”, atesta peinando su cabello recién ondulado. “No entiendo la razón por la que la sociedad aún no está preparada para convivir junto personas con gustos como los míos. ¿Será que tienen miedo?”, cuestiona revelando su cara de preocupación.
El proceso de transformación que viven las personas que deciden cambiar su sexo es muy complejo. Empieza con una fase de aceptación y continua con la fase de hormonización.
¡El que quiere celeste, que le cueste!
“Es complicado ser trans, empezando por las burlas que recibimos, acompañado el daño físico y psicológico que nos causan las hormonas que ingerimos, pero si no te sientes cómodo con tu cuerpo, vence el miedo y arriésgate”, detalla Suri colocándose las manos en la cintura.
En el artículo 11 numeral 2 de la Constitución de Ecuador, se reconoce la no discriminación por identidad de género.
“La sociedad debe ser más tolerante y pensar que todos estamos expuestos a tener un familiar con gustos distintos”, recalca Cedeño despidiéndose.
Alma púrpura
El conocido y peculiar día del Orgullo Gay, se celebra año a año cada 28 de junio. Es un momento de celebración y aceptación. Las banderas multicolores flamean en las calles y los miembros de esta comunidad acuden a coloridas fiestas y desfiles. Pero la realidad es que en este día se rinde homenaje a las personas que a través del tiempo han optado por caminar por el sendero del activismo a favor de los derechos de la comunidad LGBTIQ+, además, se conmemora el disturbio ocasionado por agentes policiales de los Estados Unidos de Norteamérica en contra de personas homosexuales, que tuvo lugar en el bar Stonewall Pub de Nueva York, EEUU en 1969.
Personajes como Sylvia Rivera, Marsha P. Johnson, Bayard Rustin y hasta el reconocido Drag Queen RuPaul, se han convertido en íconos de esta comunidad, gracias a su lucha en pro de los derechos de los LGBTIQ+.
Jalim Linzán es un manabita que es considerado por decenas de homosexuales como el “Rey de la comunidad LGBTIQ+”, por su inagotable labor como activista de esta comunidad.
Linzn se caracteriza por su espontaneidad innata y su desbordante alegría. Transmite un carisma arrollador y no se reprime por nada.
“Por muchos años he dedicado a mi vida a servir a personas LGBTIQ+, les ofrezco todo lo que esté a mi alcance”, enfatiza flameando una bandera característica de la comunidad.
Este joven de contextura gruesa y unos profundos ojos marrones, lleva alrededor de 15 años liderando campañas en pro de la comunidad.
“No es fácil ser activista en una sociedad retrógrada… ¡pero de esto se trata!, de enfrentarse a los más grandes obstáculos con la barita de la igualdad”, alega colocándose un peculiar cintillo en la cabeza.
Romper cadenas, salir del closet o soltarse las trenzas, son frases que los miembros de esta comunidad han incluido en su vocabulario habitual y Jalim lo certifica.
“Cuando existe una reunión entre compañeros de la comunidad siempre ocurre algo que nos cause gracia y a raíz de eso tomamos pequeñas frases o actitudes que nos caracterizan”, concluye el activista chasqueando los dedos y levantando su ceja derecha.
“No es fácil ser activista en una sociedad retrógrada…»
A lo largo del tiempo la comunidad LGBTIQ+ se ha visto afectada por actos discriminatorios que atentan contra su humanidad. Es momento de pensar con cabeza fría, poner las cartas sobre la mesa y dejar atrás los prejuicios. Dejando en claro que todos los seres humanos merecen respeto para crear un mundo más inclusivo, sin herir al prójimo.
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