SOBREVIVIENDO AL OLVIDO
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Por Lizbeth Gaona Jiménez
Los rayos del sol entran por la ventana anunciando un nuevo día, a lo lejos se escucha el leve sonido de las semillas de los árboles que caen una tras otra sin cesar, haciendo juego con el cantar de los pajaritos que arrullan a todo aquel que se sumerge en su melodía, pero no es momento de descansar, es hora de continuar luchando para vencer el olvido.
Son las 8 de la mañana, Rodrigo Torres se dirige a su trabajo para sustentar a sus hijos. Luce una vestimenta acorde a la ocasión; lleva una camiseta roja y blue jean de color azul que posee pequeños parches de colores en la parte de sus rodillas para ocultar los agujeros debido a su uso excesivo, calza botas negras de cuero para caminar de manera segura por el campo.
Antes de llegar a su destino se ve en la obligación de cruzar un riachuelo que se ha formado en la vía por las constantes lluvias. Al dar el primer paso, sin darse cuenta pierde el equilibrio a causa del lodo que tiene en sus botas y resbala hasta caer al suelo. “La misma historia se vuelve a repetir todos los días; caer y levantar porque no hay de otra”, lamenta con mirada de indignación.
El tiempo transcurre con rapidez, como si estuviera en una carrera en la que no hay espacio para otra cosa. Han pasado varias horas, ya son las 4 de la tarde, después de cosechar los productos como; cacao, palma, maracuyá, tiene que sacarlos de la finca en bestias antes que el anochecer se adueñe del día. “El camino es desagradable y a veces se quedan en las lomas que están repletas de lodo. Tenemos que bajar la carga para que los mulares se sientan más aliviados”, señala mientras sus ojos adquieren una expresión de cansancio.
Cuando el reloj marca las 18H30 de la tarde, las cigarras empiezan a estridular anunciando que la noche está cerca. Rodrigo con la ayuda de su hermano Fredy que también trabaja en la finca, realizan las actividades lo más rápido posible, no pueden permitir que el tiempo pase y la oscuridad les imposibilite culminar su labor.
Después de terminar el trabajo, es momento de emprender un nuevo viaje. Fredy Torres se encuentra listo para ir al pueblo a vender los productos, debido a que las vías no están en buen estado. “Me arreglo con prisa para salir al pueblo más cercano, ya que si espero que los carros ingresen a comprar no vendemos nada y nos morimos de hambre”, manifiesta mientras se sienta a descansar después de un largo día de trabajo.
Son las 19H30 de la noche, un poco tarde para salir solo, sube a su caballo preferido que impone presencia con solo verlo, es de color negro con pintas blancas. Corriendo el riesgo de ser asaltado inicia su travesía al recinto Agrupación los Ríos, en medio de la nada como un desierto. Los mulares que llevan la carga son su única compañía. La intención es regresar sano y con las compras necesarias para la familia.
Las horas siguen pasando, pequeñas gotas de lluvia empiezan a caer sobre su rostro, su cuerpo empieza a sentir frío. Está a unas cuantas horas de la meta, no puedo rendirse. Justo en ese instante vienen ideas a su mente de que las cosas podrían ser distintas, pero es imposible. “Tener que trabajar todos los días para mantener a la familia, aparte caminar por calles abandonadas, cansa. Es una situación que no deseo vivir más”, murmura en voz baja para que las personas que están cerca no escuchen lo que dice.
Luego de llegar al recinto, se queda atónito al ver como las calles están iluminadas por pequeñas luces que dan una sensación de tranquilidad. Continúa con su recorrido hasta que se detiene frente al lugar donde compran los productos. Los demás habitantes lo observan con extrañeza, su ropa está sucia, llena de lodo; su camisa pasó de ser blanca a adquirir un tono oscuro, el pantalón negro se transformó en color café. “Las personas me miran burlonamente, pero no me afecta, el tener que viajar por largas horas para vender productos es realmente desgastante, podríamos tener el acceso a que los carros vayan a comprar a nuestra casa, no todo lo contrario”, indica molesto mientras prepara chocolate para calmar el frío.
De regreso a casa encuentra en su camino a Edwin Montes, el presidente de la comunidad Occidental 1 y al igual que Fredy, tiene que salir todos los fines de semana al pueblo a comprar pañales para su hija. Aunque ha buscado la manera de hablar con las autoridades para que mejoren las vías y le den mantenimiento, no le dan importancia. “Las autoridades nos ofrecen, pero no cumplen. Se echan la culpa entre ellos mismos, porque no tienen maquinarias, mientras nosotros somos los que nos esforzamos y batallamos cada día”, vocifera a grandes voces, mientras rememora las situaciones que ha tenido que pasar y como van las cosas posiblemente no tendrán un buen final.
A la una de la mañana, Fredy y Edwin llegan sanos a su casa, aunque cansados por viajar en caballo durante horas. Sus corazones anhelan poder cambiar la situación que atraviesan. Desean encontrar la manera de que todos los habitantes del recinto se unan para ser escuchados por las autoridades que solo en tiempos de elecciones se hacen presentes, pero cuando ya logran su objetivo desaparecen por completo. Abandonando a su suerte a varios recintos.

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