Sin rumbo
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Por: Tadeo Intriago
Era 2 de diciembre del año 2000; el cielo refleja algo bonito, una meta que se alcanza, grande o pequeña, pero que no carece de importancia. Esto piensa José Romero mientras que con maleta en mano le da el último vistazo al hogar que lo vio crecer, para dirigirse hacia un destino incierto.
Lleno de esperanzas e ilusiones, continuó con sus pasos firmes en dirección a derribar aquella pared construida con bloques de “no puedo” y pegados con cemento de “jamás lo lograrás”. Enfocado a alcanzar cada uno de los objetivos propuestos en su vida, José estaba lleno de sed de triunfo y hambre de victoria, sin temor a enfrentar al monstruo del fracaso.
Las horas volaban como las aves en busca de alimentos, la tarde transcurría y la pesada y vieja maleta de José le producía ampollas en sus manos. El estómago rugía cuan león hambriento, y en medio de la nada, lo único que estaba a su alcance eran cuatro mandarinas que pudo guardar en una funda negra, de las que su mamá hacía compras. A lo lejos del camino observó un gran árbol guayacanes, repleto de hermosas y amarillas flores que brindaban una imagen de esperanza ante cualquier circunstancia.
Cansado y sin aliento, José acelera sus pasos para llegar pronto a aquel espacio perfumado lleno de los adornos de la vida, bajo la refrescante sombra que la madre tierra producía, con su vestimenta campesina de pantalón azul y su camisa blanca mangas largas, acompañado de su sombrero café y sus botas negras, se acomoda en las sillas de la naturaleza, dejando a un lado su desgastada maleta.
-¡Aahh!- Suspiró José al estar sentado y quitarse sus botas: -Cuando sea exitoso y con mucho dinero comeré las frutas más exóticas, y a mi “apá” y mi “amá” le daré los mejores platos de comida que puedan existir– alude José mientras llevaba a su boca un “ñejo” de mandarina.
Después de media hora de descanso y haber comido para obtener energía, José se coloca de pie porque creyó haber escuchado a un auto acercarse, ansioso, corrió descalzo hasta la carretera para asegurarse de que no era una ilusión, parado, viendo para ambos lados, nota que no había ningún vehículo acercándose, entonces retorna a los sólidos muebles que la brindaba el anfitrión de tronco largo y cabellera radiante como sol.
-No ha sido nadie, me ilusione de nuevo, así como lo hice con Mónica- reniega José mientras se ponía de nuevo sus botas y guardaba las cáscaras de la mandarina que se había comido. A medida que recogía sus pertenecías, se despedía de aquel amable árbol que le brindo comodidad por unos minutos: -gracias don arbolito por prestarme su sombrita, le dejo todo limpio para que no me tire sus ramas encima- adula viéndolo de arriba hacia abajo, y continúa rumbo a su objetivo que desde un inicio tenía claro.
Luego de dos horas de largo camino, José se percata de un ruido que provenía de muy lejos, se detiene y guarda silencio, al ver que de nuevo era una alucinación, golpea a mano abierta su muslo derecho y toma la maleta y sigue su camino. Al pasar tres minutos escucha la bocina de una camioneta con cajón de madera, frente blanco con unas rayas verdes, cargado de naranjas y echando humo por el escape como si fuera el último respiro.
Emocionado, lanza su maleta al suelo, empieza a brincar y hacer señales con su sombrero de que se detenga: -¡alto, alto, alto por favor! – grita José como si le estuvieran poniendo una inyección.
La camioneta se detiene 3 metros más delante de donde se encontraba, con la emoción a mil por hora, agarra su maleta y por ir como alma que se lleva el diablo, el sombrero salió volando, -¡Ay no, mí sombrerito!- exclama y regresa a recogerlo.
Al llegar donde se hallaba la vieja y casi destruida camioneta, se acerca donde el chofer y con el aliento perdido como aguja en un pajal, mira al chofer de cara tosca, cuerpo relleno, piel morena, una gorra negra, camiseta roja y pantalón jean todo sucio por el trabajo que venía haciendo, y le dice:
-Patroncito ¿usted se dirige a la ciudad?- pregunta José con sus últimos alientos y su sobrero en mano.
El hombre con cara de asombro al ver a un muchacho tan joven por esos rumbos, solo y sin aliento, le responde –Si mijo, pero no sé a qué ciudad te vayas a dirigir tú, ¿para dónde vas?, le consulta con su característico acento campesino mientras mastica un palillo de dientes.
-Voy a la capital de los sueños, a quitar de mi camino esa pared que no me deja alcanzar lo que quiero en esta vida, pa cantarle la canción más clara, voy a la primera ciudad que encuentre- contesta José con una respiración agitada.
-¿Entonces vas aquí a Santo Domingo nomás?- cuestiona el chofer.
-Pues si esa es la primera ciudad que hay, ahí me quedo, ¿si me lleva?-
-Claro muchacho, trépate atrás pero no me dañes a mis niñas ¿entendido?-
-¡Muchas gracias patrón, y tranquilo, yo le cuido a sus niñas!- vocifera José rebozando de la alegría y dando brincos como canguro.
Tan feliz y optimista, José sube a la camioneta y con una sonrisa colgate en su rostro, acomoda su maleta como si fuera una almohada y se saca los zapatos como si estuviera en su casa, acostado encima de la cama de naranjas, mira hacia el palacio del todopoderoso, con mariposas en el estómago y la piel de gallina por la emoción y en su pensamiento hablaba –gracias Dios mío, ha llegado mi momento de triunfar- pensaba mientras estrechaba sus manos-.
El largo viaje que tenía como destino final el éxito, recién comenzaba, estaba aún lejos como si se quisiera ir en bicicleta hasta México. El cansancio invadía el cuerpo y la mente de José, observando un túnel con cielo de abanicos verdes, sin quererlo, cayó en la experiencia más enigmática y minimizada de los humanos: el sueño.
Tras seis horas de viaje continuo, la capital de los sueños estaba cada vez más cerca, sin imaginarlo, José se encontraba a un paso de llegar y estar frente a la gran pared tan alta como las torres gemelas que solo con un avión se llega hasta la cima de ellas, pero el poder, el deseo y la perseverancia eran más poderosos que cualquier medio aéreo, con un brinco que José diera, podría bajar la luna y las estrellas a sus pies.
De pronto, la pequeña y oxidada camioneta dio un freno inesperado y como si le echaran un balde de agua fría sobre la cabeza, José despertó y asustado se pregunta qué era lo que estaba pasando. El robusto chofer se baja y golpea el cajón y le dice:
-¡Levántate muchacho! Hemos llegado a tu destino.
Sorprendido responde -¿en serio ya llegamos a la capital de los sueños? Quitándose de encima la cobija con la que venía arropado.
-Eh! Tú sí, mi camino aún es largo pero aquí te hago escala porque me dijiste que te quedabas en la primera ciudad que aparecía y esta es, el hombre.
-Sí, sí, aquí me quedo, ¿cuánto le debo patrón? consulta José mientras saca su billetera
-Nada mijo, no te preocupes, tú solo enfócate en alcanzar todo lo que quieres y no dejes que nadie apague tu luz ni tus ganas de superarte-, le responde el hombre mientras coloca su mano en el hombro de José.
-Mil gracias patrón, mi Dios me lo bendiga por siempre- dice con voz emocionada y la sonrisa tan radiante como las perlas mientras abraza al amable señor.
El hombre se sube a su camioneta y arranca, mientras que José arregla su camisa dentro de su pantalón para tener presencia antes las personas de la gran ciudad. Al percatarse que la oscura cobija ya arropaba a la capital de los sueños, toma rumbo desconocido a buscar donde poder descansar, después de haber caminado durante dos horas, José no encuentra un sitio para instalarse por esa noche, al ver que el poco dinero que tenía no le alcanzaba para pagar los lujosos hoteles cinco estrellas, decide recorrer unas cuadras más, después de 20 minutos encuentra un parque donde había una banca que por hoy, serviría como cama.
Disimulando en estar disfrutando del parque mientras degusta de otra mandarina, José estaba a la espera de que todas las personas se fuesen a sus casas para él poder acomodarse y dormir como bebé recién nacido. Después de aparentemente pasar algunas horas en aquel centro de diversión público para las personas, finalmente no había alma deambulando por los alrededores y fue ahí que se puso en marcha el plan: “armar la cama para la ruca”.
Colocando de nuevo su maleta como almohada y tener lista la colcha que su mamá le dio para las heladas noches, José estaba listo para descansar y empezar al siguiente día con todo el positivismo del mundo y dar rienda suelta a las herramientas que usaría para iniciar a destruir aquella pared que no le permite cumplir sus objetivos.
EL GRAN DÍA LLEGÓ
La linterna que da luz a la tierra se hacía presenta a primeras horas de la mañana, y la alarma que endulza los oídos iniciaba su programación. Con ganas de seguir durmiendo en su cómodo colchón de fierros entrecruzados, José pega un bostezo mientras estira su cuerpo para que la pereza desaparezca, se sienta y observa la frescura que refleja aquel sitio donde se encuentra, lleno de entusiasmo se coloca de pie y guarda sus cosas para ir en busca de un baño público.
Al encontrar una gasolinera, entra al baño para bañarse, cepillarse y peinarse, después de haber cumplido con su proceso de aseo, se viste con la mejor ropa que tenía: un pantalón de tela negra, zapatos casuales, camisa mangas largas amarilla y un peinado con una raya a lado derecho como todo un licenciado sin título, y para culminar con la construcción de su presencia, echa perfume sobre su cuello y sale con todas sus alas a volar y triunfar.
A pesar de no haber consumido la suficiente cantidad de alimentos, contaba con la energía de cinco leones yendo atrás de su presa. Caminando por largas horas y por muchas calles, se acerca a un restaurante y ve a una dama refinada, elegante, con curvas despampanantes que hasta el más excelente de los chóferes pierde el control. Lleno de nerviosismo por ver a la fina mujer de cabellera oscura y luceros deslumbrantes, se acerca tímidamente y le dice:
-Buenos días señorita- titubea José mientras acomoda su camisa.
-Buenos días joven, dígame ¿En qué le podemos servir?- responde la dama regresándolo a ver mientras limpiando la mesa.
Asombrado por el angelical rostro de la mujer, las palabras no le fluían y su mirada estaba clavada en sus ojos verdes como las esmeraldas.
-¡Eh! ¿Se encuentra bien joven?- pregunta con nerviosismo la bella dama.
-Sí, sí, si señorita, me encuentro muy bien- tartamudea José mientras movía su cabeza de lado a lado.
-Entonces dígame ¿en qué lo puedo ayudar?
-¡Eh! ¿Sería tan amable usted de decirme qué hora es?
-Con mucho gusto joven, son las 13h25 de la tarde- puntualiza la dama viendo su flamante reloj en sus delicadas manos.
-Muy amable señorita. Le agradezco mucho. Por cierto ¿cómo se llama usted?- interroga José a la atractiva mujer y ella asombrada por la directa pregunta.
-Me llamo Rosalinda, mucho gusto- responde inquietante y con temor.
-¡Wao! Que bello nombre, igual de bello como su rostro- insinúa con galantería José viendo la reluciente sonrisa de perlas blancas de Rosalinda.
Sonrojado pero sin arrepentimiento del piropo que acababa de lanzarle a la joven mujer, se despide y continúa con su recorrido al éxito. En medio de los grandes árboles de cemento, después de dos horas de estar caminando y sin haber provocado un pedazo de pan, José clava su mira en el edificio de 8 pisos, lleno de cristales relucientes como aurora polar, sin pensarlo dos veces, se arma de valor y entra aquel llamativo inmueble.
Sabiendo leer perfectamente y con un grado de conocimiento convincente, José empieza a buscar la oficina donde le puedan brindar ayuda y lo contraten como un empleado más de ese lugar. Perdido en espacio por la gigantesca infraestructura que había, logra llegar a una oficina elegante, con muebles negros, un gran escritorio y con una vista grandiosa de donde se observa hasta el rincón más pequeño de la ciudad.
Asombrado con tan majestuoso departamento, queda con la boca abierta y al darse la vuelta para salir de ahí, se encuentra frente a frente con un hombre de casi dos metros, de piel canela, cabello castaño, ojos azules como el océano y un traje negro que remarcaba su elegancia, el hombre que con cara de seriedad y voz gruesa le pregunta:
-¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí?- interroga aquel ejecutivo a José mientras lo mira de pies a cabeza por la vestimenta que cargaba puesta.
-Mucho gusto “Don jefe”, Mi nombre es José Arturo Romero Cedeño- contesta todo eufórico al estrechar la mano del elegante hombre.
-Un gusto José, yo soy Alberto Casanova, dime ¿Qué andas buscando?- responde mientras se dirige a su lujosa silla, sacando su mano derecha del bolsillo del pantalón.
-Verá Don Alberto, estoy aquí para que me brinde una pequeña oportunidad de trabajar, soy bachiller en contabilidad, fui el mejor estudiante de mi promoción y obtuve diploma de honor por ser el promedio más alto de mi generación, me gusta la responsabilidad, puntualidad y sobre todo el compromiso y superación.- adula José mordiendo su labio inferior mirando a la cara a quien podría convertirse en su nuevo jefe,
Alberto queda admirado por la forma de expresarse tan segura de José, moviéndose en su silla y observando a la ventana, suspira, lo mira y con una voz que expresa confianza le dice.
-Está bien, me acabas de convencer, basto un minuto para que hables con tanta confianza y de golpe me convencieras de que tú puedes trabajar aquí, conmigo- alega colocando sus codos sobre el escritorio.
En ese momento la felicidad de José era tan grande que su corazón quería salir volando cuan ave encerrada en una jaula, quería pegar el grito al cielo porque a la primera que lo intentó, lo consiguió.
Después de agradecerle por la gran oportunidad y acordar todo lo relacionado a lo laboral, José se dirige a la salida del edificio, lleno de alegría, da un salto tan alto que sentía tocar el cielo con las manos, en lugar de caminar, bailaba por las calles de la capital de los sueños, se subía en los postes de luz como si fueran las ramas de los árboles del patio de casa y cantaba tan fuerte que no le importaba que a gente lo viera.
Luego de meses de haber escuchado los malos comentarios de la gente de su pueblo, José pudo demostrar finalmente que cuando se desea las cosas con todas las fuerzas del alma y del corazón, trabajando duro y sin descanso, todos los sueños se pueden hacer realidad, no basta solo con imaginarlo y decirlo sino que también luchar para cumplirlos.
Desde aquel día José quedó como un ejemplo de superación ante las malas vibras que las personas envidiosas de su pueblo le echaban, llegó a ser el primer profesional en su familia, obteniendo una ingeniería en administración de empresas, logró ascender de puesto de trabajo y convertirse en jefe de área de uno de los departamentos más importantes de la empresa a la que llegó siendo un niño con mentalidad de adulto.
A lo largo de su estadía en la ciudad, pudo conquistar a la mujer de curvas despampanantes que lo había cautivado aquella tarde en donde por puro capricho, se acercó a pedir la hora solo por saber el nombre de la que hoy, es su fiel esposa y con la que formó un hogar. Cumplió cada una de las promesas que aquel día sentado bajo el árbol de guayacanes había hecho, sacó a sus padres de la pobreza, les dio los mejores platos de comida que podían existir, y él, comió las frutas más exóticas que pudo encontrar.
Definitivamente, la mejor decisión que a su corta edad pudo tomar José, fue aventurarse a un mundo desconocido en donde la vestimenta y las joyas, son las que hacen a las personas, un lugar lleno de caretas decoradas con la pintura de la envidia y la hipocresía, un sitio donde solo un valiente que sale de su casa sin rumbo y sin destino, logra triunfar.
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