Saber nadar es el mejor seguro de vida

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Por: Amanda Viloria

Desde su formación biológica en el vientre de la madre, el ser humano se encuentra rodeado de agua. Luego del nacimiento, que da inicio al hermoso milagro de la vida, cada persona toma una percepción distinta con respecto a ella. Hay quienes sienten un temor inmovilizante cuando el agua apenas acaricia la punta de sus pies, otros disfrutan zambullirse pero sin adentrarse en lo desconocido de sus profundidades, y otras personas se sienten en su estado más pleno cuando nadan a toda velocidad en una piscina olímpica, al surcar entre olas haciendo equilibrio en una tabla de surf o nadando a varios metros de profundidad entre un cardumen de peces de todos los colores.

El miedo o el amor al agua se desarrollan y fortalecen durante años, y los primeros contactos que alguien tiene con el agua cuando se es tan solo un bebé son cruciales para definir si flotar en una piscina o bañarse en el agua salada de la playa es algo placentero o atemorizante.

En Venezuela, específicamente en Maracaibo, la ciudad del Sol Amada, nació un muchacho de nombre Jaime Viloria, cuyos acercamientos al agua fueron placenteros desde el primer día. Practicaba natación, luego fue triatlonista y, más adelante, entrenador de natación. Todas estas disciplinas lo ayudaron a apaciguar esa desbordante energía que tenía dentro de sí, que pasó de ser algo común en un niño a ser un dolor de cabeza para su familia.

En la natación encontró un sedante natural, la disciplina que le hacía falta, amistades que ha preservado por más de 30 años y una forma de estar en conexión con su mente y su cuerpo. Con el paso de los años, además de practicar y enseñar natación, empezó a abrir sus horizontes laborales, de los cuales todos convergían en el agua.

Las aulas y pasillos del Colegio Universitario Monseñor de Talavera fueron testigos de la formación de Jaime para alcanzar su meta de ser Técnico Superior en Psicopedagogía mención Retardo mental. Suena como algo que no tiene nada en común con su labor en el agua, pero al contrario, día a día todas esas herramientas las aplica en cada piscina en la que trabaja, e incluso fuera de ellas.

Uno de los servicios que Jaime imparte desde el año 1985 hasta el día de hoy, es la estimulación temprana en el agua a niños de 6 meses a 3 años de edad. Desde hace 35 años, han sido muchos los bebés a los que Jaime ha ayudado a activar sus reflejos, y ahora todos esos bebés han crecido y son niños, jóvenes y adultos en conexión con el medio acuático, que disfrutan estar en una piscina, playa, lago o río y que, además de haber tenido un profesor, han encontrado en Jaime un amigo a quien acudir en busca de consejos, con quien pueden reír a carcajadas y que se acuerda de sus cumpleaños. De hecho, muchos hombres y mujeres que fueron sus alumnos durante su niñez, han llamado a Jaime para que inicie en el agua a sus hijos.

Durante sus años de experiencia trabajando con bebés y niños, Jaime ha logrado sacarles sonrisas, sabe cómo comunicarse con ellos cuando ya saben hablar, ha aprendido a ser paciente cuando lloran, y hasta le han vomitado. Pero, ¿qué pasa cuando después de años tratando con bebés de otras personas te toca recibir a tu propio bebé?, ¿todo lo que aprendiste en la universidad, libros y el trabajo es suficiente?, ¿podrás ser tan buen padre como buen profesor?

El 14 de mayo de 1998 fue el día en que Jaime vivió por primera vez la dicha de ser padre. Junto a su esposa, trajeron al mundo a Amanda, una niña tan pequeña que cabía en la palma de su mano, y desde el primer día sabían que le darían todo para que viviera una vida feliz.

Desde los 6 meses, así como a sus alumnos, llevaba a su hija a la piscina y a la playa, y fue iniciándola en el medio acuático con pedagogía y amor de padre. Al entrar en contacto con el agua ella sollozaba, entró al agua llena de miedos dentro de sí. Pero esto no puso nervioso a Jaime, al contrario, se armó de valor, paciencia y pedagogía. Así que, la sostuvo en sus brazos y, con movimientos ondulados como pinceladas, la paseaba por el agua con delicadeza. Con el tiempo, a través de juegos, música y comunicándose como niños, Amanda fue perdiendo miedo al agua a la que tanto temía, y le fue enseñando a flotar y sumergirse.

-A la una, a las dos, y a las… ¡tres!, ¡Fuera!- exclamaba Jaime con el elevado tono de lo voz que lo caracteriza para que su hija tomara impulso y saltara al agua.

Luego de 2 años de haber experimentado ser profesor de su propia hija y seguir trabajando con otros bebés, en la navidad del año 2000 su mejor regalo fue enterarse que su esposa y él ahora esperaban a una segunda hija.

En agosto de 2001 llegó Rebeca a la vida de Jaime y Matilde. Una bebé hermosa, con cabello negro como la noche y con hebras que formaban pequeños espirales. A diferencia de su primera hija, Rebeca desde que entró al agua se sintió en conexión con ella y no derramó ni una lágrima.

Ambas niñas aprendieron rápido a sentirse como peces en el agua, pero también, ambas tienen una relación con ella muy diferente entre sí. Amanda se conecta con su padre yendo a la playa con él y acompañándolo a trabajar con bebés, tal como él le enseñó a ella en sus primeros meses de vida. Y Rebeca se conecta con Jaime en ese lado más atlético, ya que fue nadadora de competencias, ganó medallas, se adentró en el mar un par de veces en competencias de aguas abiertas y en la playa ambos nadan juntos para disfrutar del ecosistema marino en primera fila.

Durante esos hermosos y valiosos años en los que Jaime pudo enseñar a nadar a sus hijas, y en todos los años que lleva volviendo el agua en un medio de alegría y disfrute para otros, ha logrado distinguir claramente lo diverso de enseñar a otros niños que a los suyos.

“El trato de padre es amor, entrega, compromiso, mientras que el trato profesional es otra cosa. El trato de padre está por encima de cualquier contrato que pueda tener. Es un contrato de alma y corazón”, exclamó Jaime con su voz aterciopelada cargada de sabiduría.

Su propósito siempre ha sido que sus clases sean un momento lleno de magia, plenitud, armonía, paz y sin rechazo. Y en cada clase lo logra. En su carro tiene una bolsa llena de juguetes para agua que lleva a las piscinas que lo reciben, usa camisas acuáticas con el logo de los superhéroes favoritos de los niños y pone la música que más les gusta. Mientras que los padres orgullosos y conmovidos desde la orilla se deleitan con el aprendizaje y el desenvolvimiento que tienen sus hijos en el agua.

“Luego de trabajar con otros niños, pasar a trabajar con tus propios hijos es muy diferente. Se rompe un patrón de lo que creías que traías como entrenamiento porque siempre aparecen sorpresas. Mi verdadera enseñanza como docente y especialista es respetar cada vez más los miedos y la adaptación de cada niño para tener mejores resultados a la hora de tener el encuentro de alma con el agua”, contó Jaime mientras por su mente hacía un repaso de todos sus alumnos.

Aprender a nadar es uno de los mejores seguros de vida que un padre le puede dar a su hijo. Y así como él se lo ha otorgado a muchos niños durante años, sus hijas también fueron aseguradas con amor, paciencia, constancia, libertad y diversión.

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