PENSAMIENTOS

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Por: Madeleim Ávalos Sornoza.

La noche caía calmadamente, un sonido de fondo iniciaba un nuevo día, aquello era conjugado a la par con el cantar de los gallos del barrio. Mis ojos se abrían lentamente, la pereza era poderosa, pero la intriga me mataba, el detalle, saber si había aprobado o no la materia con el profesor más “jodido”, como es catalogado en la FACCO.

El sueño quedó allí, así como las décimas que me hicieron falta para aprobar el semestre completo. Un nuevo día empezaba, pero esta vez sería distinto. Un vestido blanco sería mi acompañante perfecto, mi rumbo en aquellas horas de la mañana sería preparar el desayuno.

Un par de huevos, tres jamones y un poco de mantequilla serían los ingredientes mágicos para preparar el primer alimento del consumo diario. Un rico omelette estaba al instante, para deleitar el paladar de mi padre.

“¿Qué te sucede mija?”, fueron las tres palabras detonantes para que una lágrima cayera por mis mejillas. No podía contener más la sensación de perder una materia. Un abrazo fue el refugio, el promotor él, mi padre, un ser protector.

Las horas pasaban y mis sentimientos afloraban a flor de piel, él me entendió y una cátedra de redacción de impulso iniciaba con esta frase, “La noche caía calmadamente…”, mi autoestima florecía, el jardín marchito estaba dando hermosas rosas.

El secreto era la confianza, que se conjuga perfectamente con el conocimiento brindado por los docentes causantes de estos escritos, aquellos profesionales que hacen tocar el fondo emotivo y profesional de cada pupilo.

La adrenalina era evidente, mis dedos iban al vaivén de mis emociones, sabía que debería presentar un trabajo de carácter profesional antes que las manecillas del reloj marquen las 19H00.

Un número tan anecdótico, aquel 9 que me hizo falta para poder subir y superar un semestre lleno de sentimientos encontrados. Sensaciones que no solo son sentidas y percibidas por los estudiantes sino por docentes en su constante enseñanza bidireccional.

El abrazo de mi padre acababa, pero la montaña de utensilios de cocina no. “Te quedó muy rico mija”, fueron las palabras que se desprendieron de su boca, justo en el momento que sus brazos terminaban de darme seguridad.

No sabía cómo hacer un producto con una experiencia propia, pero todo alrededor fue el mejor ejemplo, la descripción, el tiempo y las palabras claves asegurarían un trabajo adecuado y exitoso.

Paradójicamente leía en memes de redes sociales que uno lavando los platos realizaba flexiones y resultó ser cierto, los pensamientos eran constantes, pero el objetivo se mantenía, poder pasar la materia.

Todo aquello sucedía, mientras el agua corría entre los platos, así como mis ideas trataban de armar un escrito que fuera lo suficientemente entendible y comprensible al lector. Una crónica vivencial sería mi última carta de juego y debía ser letal, tan drástica como las notas del profesor Carlos Cedeño.

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