Morir de amor

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Por: Kelly Mieles Vélez

Nadie se muere de amor, pero Paola sentía que eran sus últimos minutos, agonizaba en vida cuando se enteró que quien creía era el amor de su vida, ya no estaría para cumplir todo lo que se habían propuesto.

La notica le llegó de golpe, sin previo aviso, como miles de cuchillos atravesando su pecho, y es que su eterno amor, quien estaba en la flor de la vida, había fallecido.

Al conversar con Paola Vélez, una docente de educación física, madre de dos niñas, comparte los duros momentos que atravesó en su juventud. Porta un vestuario casual y cómodo, unos jeans y camisa sencilla. Su mirada luce cansada, pero destella un brillo de sus pupilas, como si fueran dos luceros en el cielo, es casi palpable el optimismo que lleva consigo.

Relata que su vida no ha sido fácil, le ha tocado batallar como una leona por sus hijas, que son el motor de su vida. Recuerda que en su juventud era una muchacha “arisca”, una rebelde sin causa. Fue en 1997 que conoció a “Cali”, un muchacho que llegó a causar miles de mariposas en su estómago, suspiros de azúcar que salían de su boca cuando lo veía, y es que simplemente se derretía con él.

Calixo Marcial, un joven lleno de vida, de sueños, metas y aspiraciones, la vida fue injusta con él, y partió demasiado rápido de este mundo. “Era la persona más divertida que he conocido”, vociferó nostálgica. A simple vista “Cali” era un torbellino de alegría, eso fue lo que conquistó a Paola.

El domingo 7 de octubre de 1997, Paola se levantó con una angustia palpitante, sin embargo, pensó que era un bajón emocional. Detalló que debía realizar sus deberes, pues acudía al colegio. En esos tiempos no existía la tecnología que hay ahora, y su método para mantenerse comunicada con “Cali” eran las visitas que él le realizaba cada noche a su morada. Así que, debía esperar hasta la noche cuando la luna se asomara en lo más alto del cielo para verlo. Y es que la luna era testigo del amor que se tenían y profesaban.

Mientras realizaba sus deberes y cuidaba a sus hermanos menores, tenía una angustia que no la dejaba concentrarse y constantemente se preguntaba, que era lo que poseía. “La sensación rara en mi estómago seguía ahí, hiciera lo que hiciera”, especificó mirando a un punto fijo de la pared.

Tocaron la puerta de su casa, cuenta que se sorprendió de ver a un amigo que tenían en común, pues era raro verlo por esos lugares. “Me dijo que Cali había sufrido un accidente y que estaba grave en el hospital”, relata con los ojos vidriosos. “No le creí y pensé que era una broma que me estaba haciendo en complicidad con Cali, pues era muy bromista”, su amigo insistió en que no estaba jugando. Fue entonces que Paola notó en los ojos de su amigo una clara preocupación y su mundo se vino abajo.

Preocupada dejo a sus hermanos al cuidado de su vecina y acudió lo más rápido posible al hospital. “No sé como llegue, en ese momento sentía que mi mente estaba en otro lugar, estaba en shock”, narra casi inaudible, con su voz en un hilo.

En el hospital se encontró con los familiares de Calixo, quienes estaban en un mar de lágrimas y en un abismo de preocupación por su ser querido. “Abracé a su mamá y lloramos juntas, necesitaba verlo para estar tranquila”, clamó limpiando las gotas de agua que recorrían su rostro.

Estuvieron horas, sintiendo que su rayo de luz y esperanza para que todo fuera una pesadilla se desvanecía lentamente, en cada repiqueo de las manecillas del reloj. “Ni siquiera pregunté que había sucedido, era más grande mi preocupación para que todo saliera bien”, refiere inquieta y con una sombra de sonrisa irónica en su cara.

“Cali” trabajaba como oficial de una cooperativa de transporte, ese día había salido a trabajar como siempre, sin pensar que sería el último día de su vida. “Ellos marcaban una tarjeta con el tiempo límite que les daban en distintos puntos de su recorrido”, describió Vélez. En una de esas paradas, “Cali” iba a cruzar la calle cuando no se fijó que un auto venía en su dirección, y lo atropelló dejándolo entre la vida y la muerte.

Resume que pasaron horas para que alguien des diera noticias acerca del estado de salud de Calixo. “Salieron dos doctores y nos dieron la noticia que había fallecido”, relata en un silencio incómodo en medio de los murmullos de los autos que pasan por el lugar. Paola sintió que se le partía el alma, a su alrededor solo se escuchaba el llanto de los familiares, vio a su entonces suegra llorando ríos de lágrimas. “Pensé que le iba a dar algo, los doctores tuvieron que sedarla para poder calmarla”, especifica con un pañuelo en su mano.

Su madre la recogió en el hospital, esa noche estuvo en vela, sin poder pegar un ojo, en medio de la angustia y el dolor de saber que su enamorado ya no estaría jamás a su lado.

En el sepelio se encontró con un hecho que la dejo con la boca abierta. “Había varias chicas diciendo que eran novias de él, por un momento se me fue el dolor y llegó la furia, pero debía controlarme, no era el momento ni lugar adecuado”, confesó entre risas, mientras se le achinaban sus ojos. Decidió dejar de lado los malos ratos y guardar en el baúl de los recuerdos a este hombre que en su momento fue su rayo de luz, su alegría, su futuro, su todo y quien la vida se lo arrebató de manera voraz.

Sin duda alguna este fue un hecho que se le marcó en su piel para siempre, tres años después conoció al padre de sus hijas y tuvieron a su primer retoño. “Siempre lo recordaré como un bonito amor, aún rezo por él en su aniversario de fallecimiento”, explica sonriendo y recordando a un amor que se le fue demasiado pronto, a quien en un abrir y cerrar de ojos le llego el sueño eterno.

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