Marcó mi vida

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Por: Stefanía Marcillo

Mientras caía la tarde y llegaba la noche, un 16 de abril de 2016, se suscitó una de las catástrofes que enlutó al Ecuador entero.

Con un frio abrazador, a 2 minutos de las 19h00, la tierra empieza a temblar ocasionando un gran pavor a la ciudadanía como un mar traicionero, donde se vieron afectadas varias provincias y cantones, uno de ellos, Manta.

Caminaban por las calles de la ciudad con un cielo de tinte rojizo. El señor Leonardo Pachay, agente de tránsito y coordinador de logística, narra su vivencia de cada hecho provocado en aquella tarde y noche.

El agente se encontraba en la parroquia Tarqui (zona 0), donde se había desplomado uno de los centros comerciales más conocidos como “Felipe Navarrete”, viendo como los familiares se acercaban a reconocer a los cadáveres. “Es tan escalofriante ver tantos individuos que clamaban “¡ayúdenme, por favor!, estamos atrapados, una pared se cae encima”.

“Desde ese momento oí un estruendo acompañado de un silencio desolador”, fue un sonido tan fuerte como una explosión, tantas cosas pasaron que, su cuerpo se estremecía al escuchar tantos lamentos, no solo de las personas que se encontraban debajo de los escombros, sino afuera de las ruinas, relató el agente, quien escuchaba llantos desgarradores.

El tiempo siguió avanzando hasta se hicieron las 23h00, se sentía tan pesado el ambiente que, junto a los policías y el cuerpo de bombero, trataban de salvaguardar muchas vidas.

De pronto, los socorristas gritaban ¡“acá hay uno, está vivo” !, mientras los familiares llegaban desconsolados a reconocerlo, rodeados de tanta angustia y penumbra.

Entre escombros y sombras se hallaba el coordinador tratando de abastecer a sus compañeros, llevándoles aguas, linternas, y comida, en un estado confusional, sin poder digerir lo que estaba sucediendo sin dejar de lado su responsabilidad.

“Fue tan impactante aquella noche, que solo pensaba en mis hijos, rogándole a Dios que estuvieran bien”, exclamó el agente con su mirada perdida en el firmamento.

El agente se sentía tan abrumado sabiendo que su deber era tranquilizar a la ciudadanía, pero se encontraba en un dilema.

Caminaban entre polvo como aquel desierto desolado, cuando uno de sus compañeros lo llama ¡Pachay, Pachay!, ¡Ayúdame!, una ventana rota le había caído directo a sus pies desde un edificio. Pachay se sentía asustado y tonto porque no sabía cómo ayudar, “temía hacerle daño con algún movimiento, pero logré quitarle el escombro”, relató el agente.

Las nubes levitaban en el rojizo cielo de aquella noche de oscuridad, como un mar abrumador, trayendo así recuerdos tan profundos y tristes.

En otro escenario, dentro de la provincia de Manabí, también devastada por el gran fenómeno acontecido, Vera, relata, “me encontraba de rodillas en un retiro espiritual cuando percibía que la tierra se movía, ¡por dios!, no podía ponerme de pie al intentarlo simplemente fracasaba, chocándome con las demás que se encontraban aterrorizada al igual que yo, sentía que mi corazón se salía”, imploró Nelly Vera, ciudadana del cantón, elevando sus manos al cielo.

“Sentía que caminaba por las nubes, cuando el agente me ayudó a levantarme, realmente no podía, me sentía devastada”, expresó, la ciudadana con tembladera en sus manos.

“Un dirigente del retiro expuso: cuando el cristiano se arrodilla la tierra tiembla)”. En ese momento la ciudadana cerró sus ojos atemorizada y con resignación esperando que lo peor solo sucediera, “la tierra estaba tan furiosa como un volcán, estaban tan horrorizada, cuando sentí ese horrible movimiento que no se detenía, es allí cuando se afirma que la palabra tiene poder”, describió la ciudadana.

La señora Vera expresa que estaba lejos de su familia, no podía comunicarse con sus hijos, y tras escuchar murmullos nocivos, lloraba un aguacero como en pleno invierno de marzo, lo que se le hacía tan difícil sostener su respiración.

“Hay que sacarle jugo a la vida, gracias a Dios que nos regaló una nueva oportunidad de existencia, aunque dejándonos un rio de emociones que invaden nuestra mente al recordar ese fenómeno, por haber perdido a muchos hermanos manabitas”, descubrió Vera.

La nube de la tristeza es pasajera, los recuerdos se quedan impregnados en la mente de las personas como una vivencia traumática, que generó muchos cambios positivos en las vidas de todas las familias de la ciudad, provincia y país.

“Somos muchos los que recordaremos aquel hecho histórico que dejó marcada la vida de nosotros los ecuatorianos”, confesó Pachay con lágrimas en sus ojos.  Fue una de las experiencias más tristes, señala, “es arriesgado saber que perteneces a una autoridad y que debes estar presente ante cualquier situación que se manifieste, porque debemos servir a la ciudadanía mantense, donde correspondo”, manifestó Pachay.

Una mirada impresionante a plena luz del día, deja el agente, donde inició una construcción de vidas de todos los manabitas, incluyéndose, en busca de sus hijos y esposa, en espera de que todo estuviera bien.

El reloj se movía tan rápido como aquella catástrofe, un periódico virtual “el universo”, expresó con fe y optimismo un mensaje de que están hechos los ecuatorianos, teniendo un espíritu de solidad sabiendo que iban a sobrellevar aquella tormenta causada, que lo material era de recuperarse pronto.

Semanas después, una nube de tranquilidad se posó en la zona 0 donde se había suscitado aquella catástrofe, dejando huellas sobre un hoyo de tierra.

“Un soplo de vida, como lo pienso llamar a este fenómeno, que durante la última década no se había evidenciado con tanta agresividad, causando daños materiales, que dejó mi corazón tremendamente adolorido”, concluyó el agente.

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