LA ÚLTIMA PALABRA
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Por Angie Delgado
Un terremoto de emociones ha dejado en los corazones de las personas que se han salvado o han perdido un familiar a causa de un asesino silencioso. Ver escapar la vida en un suspiro es un cuadro irreparable en la vida cotidiana.
Este triste caminar empezó en una tarde cálida de aquellas que se comparten todos los veranos. María quien tiene la piel arrugada como símbolo de ejemplo y experiencia inicia su travesía hacia un futuro desconocido al escuchar su respiración entrecortada, temerosa de lo peor que le pudiese ocurrir.
– ¿Qué te pasa mamá? -preguntó su hija Magaly.
-Hija me siento mal, me falta un poco la respiración, no sé qué me pasa -respondió su madre.
Dolor de cabeza, cansancio y tos se sumaron a los síntomas cual sinónimo de COVID fueron confundidos por María por una gripe normal, corriente y pasajera.
Pasaban los días, las horas sin parar y María seguía enferma.
En una fría mañana de esas que congelan hasta el alma, un 12 de enero del 2021 a las 6:15 de la mañana para ser específicos, María no tenía mejoría, su salud se deterioraba cual manzana sin refrigeración, su sangre roja y espesa yacía a las 7h17 a.m. en un laboratorio para ser examinada, mientras la mujer postrada en su cama casi sin poder respirar oraba a Dios con sus últimas fuerzas.
Encerrada entre las cuatro y calurosas paredes de su habitación, esperaba con ansias y a la vez con temor los resultados del examen manteniendo aún las esperanzas de que en aquella hoja blanca con letras negras saliera la palabra negativo para COVID en negrillas.
El reloj marcó las 8h20, la espera de los resultados para María parecía eterna como el mar y la arena. Eran las 9h00 cuando su teléfono un sonido emitió, eran los resultados de sus exámenes enviados por el laboratorio mediante WhatsApp.
Sus ojos se hicieron tan grandes como la mirada de un búho en la oscuridad y sus apenas rosadas mejillas se hicieron tan pálidas como su blusa blanca. Lágrimas de miedo cayeron sin cesar, había dado positivo en COVID.
“Cuando vi ese resultado toda mi vida pasó por mis ojos como en un cortometraje de forma rápida, sentí que iba a morir, el miedo me invadía, mis días están contados, este era el final”, reveló la mujer con voz quebrada a punto de rodar por sus mejillas lágrimas de recuerdos.
En ese instante fue ingresada de urgencias al hospital de El Carmen, en el cual estuvo aproximadamente tres días con oxígeno e inconsciente como si estuviera en un sueño sin fin, sin embargo, a pesar de haber recibido constantes cuidados por parte de médicos y enfermeras no se vio mejoría, y fue desahuciada.
Familiares y conocidos lloraron la triste noticia, manteniendo la fe y esperanza intacta compraron un tanque de oxígeno y llevaron a María a casa.
Sus hijos lucharon hasta el final para poder quitar del asfixiante COVID la vida de su madre, sin embargo, la fe parecía ya perderse y la esperanza poco a poco se veía desvanecida, la salud de María cada vez iba empeorando.
Días y noches de soledad, sueños profundos entre la vida y la muerte, días de calor indescriptibles sin poder respirar aire fresco, un infierno como en una olla hirviendo es como María describió sus amargos días.
Con piernas, manos hinchadas y con moretones en sus venas reventadas de tanto suero, María de 68 años pasó sus días debatiendo su vida con puños y espadas contra el COVID 19 como un soldado en una guerra.
Poco a poco la mujer iba sintiendo que su vida se iba desvaneciendo como el atardecer en el horizonte, de la noche a la mañana en un abrir y cerrar de ojos, mientras sus hijos pedían de rodillas a Dios un milagro divino.
Doctores y enfermeras aseveraron que la señora María iba morir porque no veían mejoría y tampoco iba a poder resistir debido a que sus pulmones estaban gravemente afectados.
“Mis hijos me contaron que yo ya estaba más muerta que viva, me dijeron que hubieron doctores que no me quisieron atender porque según ellos mi caso ya era perdido, pero hubo un doctor que no perdió la fe en mí”, recuerda María con una dulce sonrisa.
Como un ángel caído del cielo, encapuchado con traje blanco de protección de pies a cabeza, describe María a el doctor Leopoldo Moreira quien le salvó la vida con un líquido llamado dióxido de cloro, poción que según ella es mágica y milagrosa.
María con los cuidados del doctor Moreira y de aquel líquido transparente e inoloro que se le inyectaba directo a su vena ennegrecida como la noche y reventada por los constantes sueros, volvió abrir sus ojos y poco a poco se vio mejoría hasta llegar al punto de dejar a un lado lo que se había convertido en su otro pulmón, que en ese entonces era su tanque de oxígeno.
El COVID no pudo arrebatarle la vida a María, sin embargo, Francisco Zambrano de 70 años su esposo, no pudo pelear contra esa enfermedad y murió en el intento de lucha, María desconocía que su pareja de vida había partido al reino de los eternos.
“Estaba en una esquina sentada y mi sobrina se acercó y me dijo, mamita usted no sabe, mi papito Francisco está en el cielo, pobrecito como lo liaron todito, a usted no le quieren decir nada, pero él ya no está. Yo no podía creerlo porque según yo mi esposo estaba en el hospital recuperándose”, contó la mujer mientras secaba sus lagrimas con un pañuelo.
Al fallecer Francisco, los hijos procedieron a vender las propiedades del padre para poder salvar la vida de su madre, ya que los gastos para la recuperación de María se elevaban cada vez más.
10.500 dólares fue la cantidad que se gastó en la recuperación de María.
Hubo familiares de mal corazón como su yerno Carlos H. (nombre protegido) y su hija Sara Z. (nombre protegido) que esperaban, deseaban con ansias y esmero como un niño al recibir un regalo en navidad que a María le quitaran el oxígeno.
La mujer de blanca y negra vestimenta no sabe aún con que propósito sus familiares querían su muerte.
“No sé con que propósito querían ellos que muera o capaz ya no me querían ver más aquí, tal vez me odian no lo sé, me duele, no por mi yerno sino por mi hija ya que pidió mi propia muerte, pero parece que solo Dios tiene la última palabra”, testifica María decepcionada y un tanto avergonzada, mientras tocaba sus arrugadas manos.
María no sabe aún porque Dios le dio una segunda oportunidad de vida, tal vez algún propósito tendrá que cumplir en la tierra o simplemente deberá seguir adelante mejorar su vida y rehacerla en nombre de Dios.
“Estoy en una deuda grande con Dios, gracias a él gozo de vida, Dios fue mi salvador y estoy eternamente agradecida con él, me sacó de las tinieblas de la muerte y me trajo de vuelta a la luz de la vida, gracias a Dios y a los medicamentos estoy aquí”, aseguró la señora mientras movía su cabeza y de sus labios una sonrisa asomaba.
Ahora ella se encuentra sana, feliz, gozando de buena salud y viviendo su nueva oportunidad de vida.
“He vuelto a nacer”, admitió la señora, alegre y con un brillo sinigual en sus ojos.
María es un testimonio viviente de la cruda y fría realidad del COVID y como solo Dios es el único que te libera y puede salvar tu vida de ese asesino invisible que no tiene piedad ni compasión de arrebatar respiraciones y almas por doquier. Un testimonio que demuestra que solo Dios tiene la última palabra.
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