ENCIERRO COLECTIVO
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Por. Jeniffer Conforme
En el 2020 el covid-19 jugó con nuestras vidas, jugó con la paciencia de quienes cuidaban con amor y precaución a sus familiares en cuidados intensivos, jugó con las tradicionales festividades de fin de año y hasta con el infaltable viaje a la playa el primero de enero.
Hasta el día de hoy no se ha otorgado una respuesta a ¿Cuál es el origen del coronavirus?, científicos, médicos, y epidemiólogos trabajan arduamente en encontrar una contestación a tan perturbadora inquietud.
Lo que no todos sabían, es que en el 2012 el científico David Quaman publicó el libro; “Derrame: de infecciones animales y la próxima pandemia humana”.
En el escrito, Quaman demostró que los humanos tendríamos una amenaza, un virus y este provendría de los animales en específico los murciélagos que quizás sería un coronavirus y el contagio iniciaría en algún mercado húmedo de ¡CHINA!
Todos hicimos caso omiso, pues quién imaginaría lo que se desataría a finales del 2019 en Wuhan…
El médico de mi familia Walter Ormaza, siempre reprocha que los chinos tienen la culpa, que su insalubridad llevó al mundo al borde de la desesperación y teme que el virus se vuelva más fuerte de lo que ya es.
Ormaza, reafirma que la culpa de no es de todo el mundo, si no de los chinos, quienes quisieron hacer comida de murciélago y condenar al mundo entero.
El coronavirus nos causó miedo, mucho miedo. Cuando en Ecuador se dictó la cuarentena obligatoria en marzo del 2020, todos los ciudadanos, como pollitos asustados corrimos a refugiarnos a nuestras casas.
Creíamos que nuestro techo y cuatros paredes, nos protegerían del covid-19, pues estábamos mal muy mal, tanto que creíamos que el reloj de arena solo duraría 24 horas.
A partir de ahí, el pánico se apoderó de todos, las tiendas se vaciaron como si fueran fiestas navideñas, pero no, no lo eran, apenas estábamos marzo.
Quienes tenían dinero compraban al por mayor en los comisariatos, se desató un caos y a los pobres apenas les alcanzaba para comprar sus víveres, suplicaban que no compren tanto, ¡que se calmen!, que debían ser empáticos y guardar calma.
Pero esta fiebre bajó luego de un par de meses, como cachorros asustados, las personas comenzaron a salir de sus casas, mirando de un lado a otro y evitando contacto alguno.
El escenario, era mascarillas, guantes, viseras, bandejas con cloro antes de entrar a cualquier local, el guardia listo para disparar alcohol pero el miedo seguía.
Mi vecina, Maryuri Quiroz, recuerda que en los meses de cuarentena obligatoria salía únicamente a hacer compras para el hogar, lo hacía como en las películas apocalípticas, con su mono descartable, tapada de orejas a pies.
Ella es ama de casa, y ve las noticias diariamente mañana, tarde y noche, dice que quiere estar informada de cada nueva situación.
La desesperación era gigante, estábamos tan acostumbrados a salir y vivir libremente, ahora éramos pajaritos encerrados en jaulas y mirando solo por las ventanas.
En ese entonces evitábamos a los conocidos para no pasar palabras, uno ya no sabía quién traía el virus y quién no.
Pero como cuando la marea sube y baja, todo fue pasando, de parte en parte nos comenzamos a soltar, teníamos la necesidad de salir o al contrario nos volveríamos locos de tanto encierro.
En agosto ya se veían grupos de personas saliendo a comer helado o de pronto haciendo reuniones para festejar algún acontecimiento.
Hago memoria de que mi otra vecina, Katty Mendoza, criticaba a quienes salían, los tachaba de irresponsables, de asesinos y muchas veces hasta de que estaban mal de la cabeza.
Se sentaba en su balcón con mala cara haciendo gestos de disgusto cada que veía pasar personas riéndose o simplemente distrayendo la mente, penetraba su mirada en todos y como si fuera telepatía enviaba un mensaje de lo que pensaba.
En septiembre todos se empezaron a soltar más, como pajaritos saltando de los nidos y con “miedos” iban a playas, se veían más celebraciones de cumpleaños y hasta reuniones solo porque sí, mientras los hospitales colapsaban y el personal medico trabajaba sin descanso.
La hija de mi mejor amigo, juró bandera sentada en su sala, usando su camisa del colegio y en la parte baja su pijama de hello kitty, me confesó que fue muy desanimado para ella jurar bandera a través de una computadora y solo pensé, pobrecita ojalá su graduación si la disfrute.
Pero para este punto todos ignorábamos algo…
¿Y la cura?, las personas hablábamos sobre alguna posible cura, pero no nos dábamos cuenta de que estábamos aprendiendo a “vivir con el covid-19”.
Yo trataba de no salir innecesariamente, salía solo a comprar cosas para mi casa, así evitaba que mi mamá se exponga.
El 31 de octubre nadie prohibió nada, se celebró el día del escudo a través de ceremonias, pero en la noche los disfraces no hicieron falta.
Chukys, harley Queens, princesas, piratas eran los disfraces más utilizados en las calles.
Lo sorprendente o más bien inquietante, es que la mayoría eran niños, si, ¡niños! de apenas meses hasta los 10 años, aquellos pequeños que no llevaban mascarillas porque no combinaban con sus atuendos o de pronto tapaban el maquillaje en 3D de sus rostros, mi madre lo calificó como una barbaridad.
Llegó noviembre y a pesar de la pandemia, la guagua de pan y la colada morada no hizo falta, pero los contagiados en el país eran 188.134.
Muchos esperaban ir a velar a sus familiares fallecidos, sobre todo quienes habían perdido recientemente a sus seres amados.
El Presidente decretó que estaba prohibido ir a los cementerios, y estoy segura que en aquellos tristes días más de una persona, se envolvió en un manto de lagrimas y nostalgia.
El año se fue volando, y la pandemia que creíamos que duraría solo 15 días, llegó a diciembre, parece mentira y sino lo estuviera viviendo ni lo creería.
Diciembre, el mes donde se saca el arbolito de navidad y las luces navideñas rodean cada rincón de la casa, empezó con 193.673 casos confirmados, creando una nube de perplejidad que arroparía al mundo entero.
La noticia de una cepa del coronavirus en Reino Unido viajó en cuestión de minutos por todo el mundo, la BBC New Mundo, anunció que esta nueva cepa sería el principal enemigo encargado de afectar la vacuna contra covid-19.
El mes avanzó y se acercaba la colorida y tradicional cena que este año se pintó color gris, la economía también jugó un papel importante, varias familias con padres desempleados debido a la pandemia, tuvieron que irse a dormir con el estómago vacío y muchos niños no fueron visitados por Papá Noel…
Mi familia no disfrutó la cena de navidad, pues en mi mesa había un vacío, un lugar sin llenar, anualmente mi abuela viaja desde España para celebrar la navidad y año nuevo junto a su familia, pero este año el virus la volvió prisionera y le impidió retornar a Ecuador.
El 24 hubo movimiento normal, pero no se sentía aquella emoción que cobijaba nuestros cuerpos, esa sensación de ver a los niños dirigiéndose a sus escuelas vestidos de Papá Noel o de hadas de navidad.
No se veía a los recurrentes adolescentes entusiasmados llevando sus regalos de amigo secreto, no se escuchó la música navideña, no se sentía esa felicidad resplandeciente que usualmente rebosaba en las personas.
El Presidente nuevamente decretó estado de excepción y toque de queda durante las fiestas de fin de año, otra vez la bocina del Cuerpo de Bombero y patrullas inundaron nuestros oídos con su abrumador llanto.
Para este punto, ya había mucha información sobre varias vacunas de Rusia, Estados Unidos y Reino Unido, e incluso habían voluntarios que se la habían puesto, pero como Ecuador siempre es el último en llegar, ni la más mínima ilusión se nos cruzó por la mente.
En año nuevo, el movimiento era de no creer las personas acudían a comprar su comida para la cena, aquí en Guayaquil la cosa era seria todos se habían olvidado de la pandemia, las aglomeraciones eran inmensas estaban fuera de control, sin distanciamiento, ni mascarilla, a la vez el espíritu de fin de año, se había desvanecido como el polvo.
Usualmente el 31 de diciembre las personas bailan y revolotean hasta el amanecer, pero actualmente todo cambió.
El 2020 fue diferente, no hubo baile, no hubo discoteca, no hubo la despampanante vibra de fin de año, la mayoría cenó y a dormir.
Se prohibió la quema de monigotes, los tradicionales artesanos de monigotes se quejaban por las bajas ventas y otros decidieron no salir a vender a las calles, apenas unos cuantos guerreros salieron a las veredas a vender sus sencillos muñecos.
Por otro lado, las cifras de contagiados se disparaban hacía arriba, las camas en cuidados intensivos estaban al tope, quienes estaban en los hospitales vivían el infierno en persona.
El fin de año se celebró de distintas formas unos en casa, otros tratando de salir en toque de queda y otros enfermos conectados a respiradores batallando por su vida.
El 2021 inició con 213.378 contagiados, actualmente se acaban los lugares para ocupar camas en los hospitales, los cuidados intensivos explotan de pacientes, los usuarios con otras enfermedades son ignorados o dados de alta, hay que esperar que un paciente de UCI muera o se recupere para poder adquirir una cama en cuidados intensivos…
A pesar de eso, todos esperábamos mejoría, entonces los medios de comunicación informaron que llegarían 50.000 vacunas al país, que serían aplicadas en dos dosis y el 18 de enero iniciaría la campaña.
Además, el mandatario del país anunció que viajaría a Estados Unidos, para negociar con una farmacéutica y adquirir más vacunas para nuestra nación.
¿Será está una nueva oportunidad cargada de esperanza?, sin duda alguna la noticia de la vacunación contra el covid-19 nos genera optimismo y dudas.
Es duro arriesgarse con una vacuna que fue hecha en 10 meses cuando ocasionalmente toma hasta 10 años para ser elaboradas.
En Ecuador ya se hablaba de un posible caso de la nueva cepa, en un hombre de apenas 28 años, que había llegado del extranjero.
España ya había reportado 15 casos de la nueva cepa en personas que ni siquiera salieron del país, el terror era el ingrediente principal de cada día.
Cuando creíamos ver una luz de esperanza en este mar de contrariedades, el 12 de enero se confirmó, que efectivamente el hombre de 28 años portaba la nueva cepa, aquel que había llegado de Reino Unido con una prueba negativa de covid-19.
Inciertamente estamos inmersos en ásperas circunstancias, una posible nueva esperanza, un enemigo más fuerte, una ciudadanía irresponsable y enfermos batallando por su vida y por una cama en UCI.
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